jueves, julio 20, 2017

entrada número veintiocho

No sé cómo se empieza una carta de despedida. Nunca he escrito ninguna. ¿Cómo eliges las palabras que nunca imaginabas que tendrías que escribir? Esta vez ni siquiera he dedicado tiempo a pensar qué tipo de papel te gustaría más, si el sobre lo doblaría yo misma o si te incluiría algún detalle especial. Sobre mi libreta de anillas y tapa dura, entre mis apuntes y notas de clase, me enfrento a un papel en blanco de cuadrícula grande sobre el cual tengo que decirte adiós.  ¿Cómo voy a dirigirme a ti a sabiendas de que nunca, y cuando digo nunca es jamás, vas a leer esta carta? Otras veces vomitaba palabras con pasión, las ganas de contarte mis secretos más ocultos me inspiraban y era capaz de rellenar folios enteros con palabras que luego tú decías que eran las más bonitas que habías leído nunca. En cambio ahora, el pulso me tiembla. Pienso en ti, te imagino como tantas otras veces hacía mientras te escribía para encontrar las palabras que te hiciesen sonreír más, aunque yo no te viese. Y al pensarte, todo mi cuerpo se encoge y las lágrimas brotan sin esfuerzo, no tengo ni que pestañear. Caen contra el papel y soy consciente de que al final te has ido sin mí. No volverás, ni siquiera leerás lo que tengo intención de decirte. Todo nuestro tiempo, ahora se llama recuerdo. No quiero que caigas en el olvido, aún te necesito. Plasmaré mis recuerdos sobre ti en esta cuadrícula desgastada y calcaré fuerte la tinta para no olvidarte nunca. Sí, escribiré una carta de amor, de recuerdos, de ti.

'Hola,
No se me ocurre forma más absurda de empezar una carta. ¡Hola! Cómo si acaso te tuviese enfrente y te estuviese saludando con la mano. El ¿qué tal? me lo ahorro, porque no me interesa saber si estás bien o estás mal, porque sencillamente, no estás. Te preguntaría por qué, pero ni tú mismo lo sabrás. 'Porque sí', probablemente me contestarías eso con un realismo aplastante. 'Estas cosas pasan, a veces la vida sale bien y otras veces te atropella.' Ya, pero por qué tú. Siempre pensé que si alguien tendría que marcharse primero, sería yo. Si alguien tenía que tomar las riendas y largarse, lo haría yo. Esa vitalidad mía que tantas veces te hacía sombra y que yo estaba convencida que algún día haría que nos separase. En cambio, no. Has sido tú. Con todo lo que nos quedaba por hacer, con todo lo que yo quería verte conseguir, con la de veces que aún quería descubrirte sonreír. Estoy siendo egoísta, ya lo sé, porque estoy enfadada. Sí, enfadada contigo y no, no es un enfado de los que se me quitarían al momento con alguna de tus estúpidas bromas. Este enfado me duele y me destroza. ¿No lo podías haber evitado? Con toda esa imaginación tuya, ¿no podrías haberte inventado algo para quedarte, conmigo? Vuelvo a ser egoísta, siempre yo. Era el destino, ¿verdad? Cuando irrumpe no hay engaños que valgan para escaparse de su impacto. Tenía que ocurrir y te fuiste. Y ni siquiera me has dicho adiós.

Recibí tu última carta hace dos meses. Al principio eran semanales y eso me hacía feliz. Supongo que no te gustó que te contase que había conocido a alguien que había puesto su vida patas arriba para estar conmigo. Aunque no me lo dijeses, no creas que no lo noté. Saber que había alguien ocupando el lugar para el que tú nunca quisiste estar preparado cambió tu manera de dirigirte hacia mí. Dejaste de escribirme con pasión para hacerlo por puro compromiso y eso no me gustaba. Como toda relación, la nuestra se enfrío a base de palabras cada vez más reducidas y peor escogidas. Sin embargo, ahí seguías, omnipresente en mi vida y no te voy a mentir, siempre confié en que lograrías dar un paso más. Yo, fiel a ti, nunca dejé de esperarte. ¿Y tiene algún sentido que te lo diga ahora? No. Me lo digo a mi misma como reproche por no haber querido ser capaz de hacértelo ver.
Aspiro fuerte el olor de tu última carta. Tu olor que ya se está apagando como te has apagado tú. Me decías que estabas, ni bien ni mal, estabas. Que el día a día te mantenía ocupado y que a menudo pensabas en mí, aunque últimamente ya no encontrabas tiempo para escribirme. Que te alegrabas por mí y que siempre me había merecido lo mejor. Se ve que no entraba en tus planes serlo tú. No dabas muchas más pistas, aún leías a Salinas y tu hermana estaba bien. Terminabas con un 'hasta pronto' que ahora leo y suena a la más amarga despedida. ¿Serías consciente de que ya no me ibas a escribir nunca más?

Hasta hace dos días no había vuelto a tener noticias de ti. Leía sentada al lado de padre mientras él hojeaba el periódico, como cada tarde. Pasó una hoja y me distraje de la lectura, como si alguien me hubiese mandado la señal de que tenía que fijarme en el periódico. Un titular encabezaba la página izquierda 'Accidente mortal en carretera de Lugones' y supe que eras tú. Le dije a padre que leyese en voz alta. Las palabras más impersonales y vacías que nunca antes había recibido de ti se me clavaron sin embargo en el corazón como un puñal. Ya no estabas. Padre me miró pero no preguntó. Me cogió la mano y la apretó fuerte mientras yo intentaba recordar cómo respirar. Ya sabes que padre me transmite siempre la fuerza que a veces me hace falta para arrancar y tras unos minutos fui capaz de reaccionar y me entró miedo. Ese miedo que todo lo congela y nos vuelve vulnerables. Me negaba a pensar que ya no existías. Así que me solté de la mano de padre y fui a mi habitación directa al cajón donde guardo todas tus cartas, con el miedo en el cuerpo por si al abrirlo todo aquello también hubiese desaparecido de golpe. Pero no, allí estaban, todas mezcladas y desordenadas como es propio de mí. Algunos sobres rotos por los nervios, otros abiertos con delicadeza, trozos de papel suelto. Tus recuerdos. Mis recuerdos. Lo único que ahora me queda de ti.

Hace una hora me llamó tu madre. No la reconocí hasta que a la tercera palabra se echó a llorar. Me dijo que en tu mesilla de noche encontró un diario y cartas con mi nombre, una dirección y un teléfono. Que de esas cartas ya sólo quedaban cenizas porque tu padre, desesperado, lo había quemado todo, pero que ella me quería conocer. Todas aquellas palabras que durante tanto tiempo me inspiraste habían ardido desapareciendo para siempre contigo. Sin embargo yo estoy aquí abrazándome a tu última carta para que no te vayas, reteniendo ese 'hasta pronto' para no olvidarte nunca.

Esta tarde iré a ver a tu madre. Le diré que estarás bien.'



martes, abril 04, 2017

entrada número veintisiete

Hoy será la última vez que te escriba. Solo quiero que lo sepas. A partir de hoy nunca más volveré a dirigirme a ti. Ya se que no te importa, lo demostraste hace tiempo. Pero hoy me reafirmo. Ha sido imposible descifrar algo de luz en ti. Solo eres una sombra, una negra sombra que evoca los peores sentimientos de aquel pozo donde no pienso volver a ahogarme jamás. Créeme, lo he intentado. Mientras te tenía delante rebuscaba en tu interior por si todavía encontraba algo bueno en ti, algo de aquella persona a la que le brillaban los ojos y no proyectaba preocupaciones con la mirada. Sin embargo, nada. Sólo un atisbo de incomodidad infinita. He visto muchas veces esa mirada dirigida a otros, por primera vez a mi. Es una pena, de verdad. Ya no te conozco, ya no sé lo que piensas. Pero sí sé una cosa de ti que no sé si todos los que te rodean sabrán. Lo que piensas, no lo dices. Sé cuando detrás de tus palabras se esconde la cobardía, la falta de sinceridad. No me importa, lo prometo. En mi nunca encontrarás nada de eso, y mucho menos la condescendencia con la que me atormentaste durante aquel verano de dos mil dieciséis. 

Claro que estoy siendo directa, siempre he odiado los rodeos, las medias tintas, por eso he llegado a la conclusión después de todo este tiempo de que nunca me conociste, o quizás nunca me di a conocer lo suficiente. Supongo que ni yo me conocía y en parte, tendré que estarte agradecida porque tus acciones hicieron explotar cosas en mi que permanecían ocultas. Me resulta irónico, darte las gracias a ti cuando no te mereces nada bueno por mi parte. Sin embargo, así es la vida ¿no? O ese destino del que tú me hablabas, el que ha vuelto a cruzarnos. Tranquilo, te doy las buenas noticias, no ha sido el destino, he sido yo. Mis decisiones de estos últimos meses me han hecho llegar hasta aquí y, fíjate, nos hemos cruzado. No hacía falta que pusieses esa cara de susto, seguirás tomando el camino de la derecha y yo el de la izquierda y es más que probable que no se vuelvan a enlazar.

Disfruta de estas últimas frases donde serás el protagonista. Ya nunca más volveré a escribir sobre ti. Otra cosa es que te puedas ver reflejado en sentimientos, ya más malos que buenos, que una vez provocaste. Aunque bueno, supongo que nunca leerás todo esto y estoy segura de que si lo hicieses tampoco lo dirías. Sigue tu camino, no vayas a cambiar ahora la ruta. Yo el mío lo tengo claro y por supuesto que llegaré a mi destino. A persistente no me gana nadie. Te deseo toda la suerte del mundo, cógela y guárdala en el cajón de la mesilla de noche de tu lado izquierdo de la cama, algún día la vas a necesitar y por si acaso nadie más te hace este favor, usa la mía. 

Y de verdad, de corazón, que te hagan muy feliz....iii...i..iz!

domingo, abril 02, 2017

entrada número veintiséis

La memoria es jodidamente traicionera. A mi me gusta decir que la mía es selectiva, pero es mentira. Lo que pasa es que cada vez tengo más mala memoria. Voy tan acelerada por la vida que soy incapaz de retener lo que, a mi juicio, no es importante. Si me preguntas qué comí ayer, tendré que hacer esfuerzos sobrehumanos para recordarlo. La mayoría de las veces no me acuerdo de qué iba el último capítulo de la serie en cuestión que esté viendo. Y por supuesto, imposible retener en esta cabezota nombres, teléfonos, direcciones, qué día tengo revisión en el dentista, cada cuanto hay que cambiar las sábanas o cada cuanto tengo que tomarme la pastillita para dormir mejor. Encuentro bastante complicación en ser capaz de recordar este tipo de información cotidiana y al parecer imprescindible. Entonces, ¿cómo va a conseguir esta cabeza llena de pajaritos de colores recordar cosas de ese siniestro y abstracto concepto que llamamos 'pasado'? ¿Por dónde viajan nuestros recuerdos que hemos querido olvidar o, para ser sincera, y como es mi caso, directamente hemos olvidado? 

Recordar no sirve de nada. Pero yo siempre vivo con la sensación de que nuestro pasado nos vigila. Gira en torno a nuestro presente en una órbita concéntrica evitando a toda costa la colisión inminente que lo perturbe todo. ¿Es entonces el pasado, nuestra historia, algo abstracto e intangible que poco tiene ya de real y físico? A simple vista, diría que sí. Pero hace unos días descubrí que el pasado tiene su lugar en el mundo. Existe un auténtico estercolero de recuerdos en el ciberespacio esperando que lo visites para llevarte de la mano por un turbulento viaje a las entrañas de tus más que olvidados recuerdos. Y tiene un nombre endemoniado: 'Descarga nuestra app y consigue todas tus fotos de tuenti'. Bueno, me dije, ¿por qué no? Si Hermana ha superado ese viaje con éxito, yo también podré. Así que comencé la descarga de ese sugerente archivo zip. Mientras los megas ocupaban espacio en mi ordenador, pensé qué podría encontrarme allí y rápidamente caras ya no tan familiares, momentos, lugares, empezaron a hacerse hueco en mi hipocampo. El vértigo. Pero ¡qué cojones! Siempre he sido una kamikaze, así que iba a abrir aquella carpeta para iniciar un viaje al pasado sin cinturón de seguridad y sacando los brazos por la ventanilla.

Descarga completada.

Así fue como, rígidamente sentada delante de mi ordenador, con el cuerpo encogido y el dedo índice de mi mano derecha sobre la flecha de 'abajo' del teclado, inicié un viaje lleno de turbulencia para recorrer unos cinco o seis años de mi vida. Vaya panorama. Sucesión revuelta de lugares, momentos, situaciones que mi memoria de (niña) pez ya no alcanza a recordar. Y protagonizando toda esa sucesión de imágenes, yo. En todo mi esplendor. Dudosos cambios de pelo, atuendos que me imagino serían la moda del momento porque, perdonad, yo siempre he intentado estar a la última. Caretos, poses extrañas. ¿Iba a ser posible encontrarme saliendo bien en alguna foto? No. Aunque ni de broma mi yo de dieciocho-veintidós años sería lo que más me iba a perturbar. Acompañándome en aquellas imágenes fue apareciendo una variada sucesión de co-protagonistas, actores secundarios compartiendo aquellas escenas conmigo. Compartíamos salidas nocturnas, fiestas, cenas, cumpleaños, viajes. Algunos me abrazaban, me agarraban por el hombro, posaban conmigo manita levantada en gesto de victoria, alguno me besaba... Por si fuera poco, asociadas a cada una de esas imágenes, se sucedían frases escritas por sujetos con nombre y apellidos, palabras inertes allí abandonadas, sometidas al más triste de los olvidos y que habían perdido para siempre todo su significado. Palabras de cariño, bromas, anécdotas ligadas a personas que ya no están en mi vida, pero que compartieron todo aquello que yo soy ya incapaz de recordar, de evocar. Sabes que fuiste feliz pero no tienes claro ya ni cómo ni por qué. Simplemente no te reconoces. ¿Has cambiado? ¿Te han cambiado? ¿Todo lo ocurrido era necesario para llegar donde estoy ahora? Y todas esas personas, ¿qué habrá sido de ellas? Algunas casi no las llegaste a conocer, otras simplemente se distanciaron o te echaron de sus vidas o, seamos sinceros, las echaste tú. En cierto modo es justo. Todos esos momentos, esas personas, las vivencias compartidas, mantienen un equilibrio mágico que permite que estén allí reunidos en ese estercolero de recuerdos. El pasado conserva ese equilibrio estable que es mejor no tocar.

Aún así, allí sentada frente a la pantalla, me dejé llevar durante unos minutos largos por aquel torbellino emocional y me pregunté que qué habría sido de muchos de ellos, ¿serán felices? Supongo que muchos habrán cambiado, quizás madurado. Algunos habrán alcanzado sus sueños, aquellos que igual compartimos en algún momento. Puede que muchos hayan cambiado a peor, suele pasar. A algunos les asoman más las ideas y otros, como yo, habrán encontrado su lugar en el mundo. En ese momento de ¿nostalgia? me pregunté también si habrían pensado en mi en todo este tiempo. ¿Has pensado en mi? Sí, tú, que formaste parte de este viaje, si de casualidad me estuvieses leyendo, yo que sé, te deseo lo mejor.

Si bien es cierto que entre medias de aquellas personas del pasado aparecían también las constantes, las que dan sentido a todo, las que a mi me gusta abrazar con fuerza siempre que puedo. Las que lo hacen todo más fácil.

En fin, ya lo dice Iván (Ferreiro), no hagas viajes al pasado, que al volver te sientes mal. Había perdido un poco la cordura que invade el presente que hoy disfruto mientras respeto todo lo ya vivido. Necesitaba recuperar de nuevo la coherencia, así que acudí a Hermana (¿a quién si no?) y ella puso punto y final a este turbio viaje en el tiempo con un 'Cris, ¿pero de quién me estás hablando?'

sábado, marzo 25, 2017

entrada número veinticinco

La arquitectura no es bonita.

Con orgullo puedo decir algo y fuerte que soy Arquitecta. Construyo edificios o por lo menos ahora mismo intento aprender cómo construirlos con altas esperanzas de que en el futuro todos mis conocimientos incrementen y vayan a más. Siempre a más. Me apasiona la arquitectura. Me gusta hablar de lo que sé, de lo que yo conozco, de mi oficio. Y la arquitectura no es 'bonita'. Pensaréis que me equivoco, que hay miles de edificios preciosos, que solo hay que bajar por Gran Vía dando un paseo solitario y mirar hacia arriba para dejarnos sorprender por la majestuosidad de muchas cornisas y tejados del cielo de Madrid. Pero la arquitectura no es bonita, no es 'chula'. Viajar, ver cuatro edificios y fotografiarlos, no es arquitectura. Ver una imagen de un proyecto y decir que te transmite 'algo', que te gusta, no es arquitectura.

La arquitectura es construcción, es el oficio del que sabe cómo se encajan unas cosas con otras y al final sale un edificio. Decía mi antiguo jefe que la arquitectura es como cocinar. Puede llegar cualquiera, liarse la manta a la cabeza y empezar a echar en la olla a presión un poco de sal, otro poco de pimienta, especias por un tubo y pum! ya tiene un plato. Fácil. Pero luego están los maestros cocineros, los chefs. Ellos saben exactamente cuánta sal, qué pimienta, que especias descartar y el plato que sale es EL plato. Lo mismo pasa con la arquitectura. No todo el mundo es bueno, no todo el mundo sabe. Por eso, cuando tengo la grandísima suerte de trabajar con gente que sabe la cantidad precisa de sal que hay que echar en cada plato me quedo fascinada, disfruto y escucho. Y hasta pienso que quizás me esté viendo reflejada en mi yo del futuro y algún día yo también sea una persona diligente, con conocimientos que me permitan gestionar y encauzar la construcción de un edificio. 

A lo que iba, la arquitectura no es bonita. Reflexionaba ayer en una visita de obra que la gente no tiene ni idea. Y es normal. De un edificio, se quedan con lo de fuera, con lo que se ve. Lógico. Ven una fachada y les parece preciosa, pero sólo están viendo el conjunto, se quedan en la superficie, probablemente no sean capaces de entender los detalles, los matices, el por qué las cosas están hechas de esa manera y no de otra. Y desde luego, no conocen las tripas. La arquitectura es sucia, polvorienta, te reseca las manos. Es húmeda y oscura, a veces claustrofóbica. ¡Ah! Y huele mal, fatal. Cuánto más te acerques al pozo de saneamiento, peor huele la arquitectura. Es muy desordenada, siempre rozando los límites del caos y obligándote a que lidies con ella de forma ágil y muy muy precisa. La arquitectura es problemática, plantea obstáculos cada medio minuto que sólo los más expertos son capaces de saltar con éxito. La arquitectura es sacrificada, mucho, está mal remunerada y aún así, es de las profesiones donde más veo que existe una dedicación vocacional, pasional. La arquitectura no será bonita, pero es una forma de vivir, de entender el mundo, las calles, las aceras, la ubicación de los árboles, las formas, los salientes, los remates, las tabicas, el encintado de pladur, las catas, la junta de un milímetro, el ignifugado de las estructuras metálicas, las placas foc... Esto sí es arquitectura. Y se que no todo el mundo lo entiende. Por eso los arquitectos creamos fachadas 'bonitas', envolvemos con telones los edificios donde ha imperado el caos para que la gente los vea desde fuera, los fotografíe y experimente una conexión mágica con la arquitectura. 

Mirad los detalles, fijaos en las pequeñas cosas, allí donde reside la verdadera dedicación, las horas de quebraderos de cabeza y decisiones de última hora. Mirad con detenimiento las molduras del techo, la forja de las barandillas, las carpinterías y sus canaladuras. Hacedlo y preguntad a alguien que sepa y os lo explique. 

Yo lo hago.
Todo el rato.
Porque es ahí donde se asienta la arquitectura
la de verdad.

sábado, marzo 11, 2017

entrada número veinticuatro

Mi abuela era lo más. 

No era la típica abuela. No sabía cocinar, ni nos hacía bizcochos o tartas de limón. No nos daba la razón ni nos consentía los caprichos. Nos reñía y nos prohibía ver pornografía por las noches. Lo primero que hacía por las mañanas era revolverle el café a Padre, y lo defendía más que a su propia hija. Si no me acababa el zumo, ya se lo bebía ella. Mezclaba sopa con patatas y comía por dos. 

Mi abuela no era la típica abuela de cuento que vivía en su casita. Era maestra, de las de antes, de las de escuela. Y enseñaba con esmero. Con dos años me enseñó las horas del reloj de Mickey Mouse. Con tres años ya leía, gracias a ella, y no cualquier cosa. Me enseñaba poesía, de Gloria Fuertes. Leíamos 'Los Cinco' y sobre todo, teatro. Ella leía un personaje y Hermana y yo los más chulos. 

Te hacía siempre compañía. Jugábamos al parchís, a la brisca y a la escoba. Un verano intentó enseñarme punto de cruz, pero el don solo lo tenía ella. Nos llevaba de paseo, aguantaba nuestras quejas y nos recompensaba con hamburguesas. Y por las noches nos ponía de pixín hasta que se nos saliese por las orejas. 

Se reía mucho, siempre con la je. Le gustaba llevar la contraria y opinar de lo que no sabía, sobre todo de fútbol. Hablaba con cualquier concursante de la tele y siempre nos llamaba vida.

Mi abuela no sería la típica abuela poseedora de una gran fortuna, pero las propinas nos las daba, en bolsitas de detergente y en monedas de dos euros. Y las pagas de verdad en sobres blancos con nuestros nombres escritos con perfecta caligrafía. Aún conservo en mi cajón el último que me pudo dar. 

Leía el periódico por las tardes con tremendo interés, le flipaban las esquelas, y entre telenovela y telenovela se hacía los crucigramas con increíble destreza. Luego nos decía que nosotras no teníamos ni idea, que leyésemos más, '¿no sois tan listas, jeje?'

Poco faltó para que en Gijón le hiciesen entrega de la medalla al reciclaje. Ahora, cuando se me pierde un botón del abrigo, ya nadie me lo cose. La factura del móvil me la tengo que pagar yo y el zumo, me lo bebo entero. 

Mi abuela no sería la típica abuela, pero nos enseñaba, siempre, hasta el final. Sobre todo a que fuésemos buenas personas, como lo fue ella.

Hoy todos la echamos de menos.

domingo, marzo 05, 2017

entrada número veintitrés

Siento profunda y total admiración hacia ese selecto resquicio de sabiduría, perteneciente a los mundialmente conocidos como 'gente' que tras años de duro entrenamiento y muchos esfuerzos físicos y mentales, han desarrollado la fascinante (y envidiable) capacidad de decidir, de forma totalmente impredecible y probablemente injusta, cuándo oh nosotros pobres e ingenuos mundanos, somos dignos de entrar y salir de sus vidas y (esto es lo que más me impacta) cuándo hemos consumido el tiempo que se nos ha sido concedido y es hora de ser desterrados a un lugar peor. He conocido a muchos de estos 'seres únicos' (me resulta acertado llamarlos así). Los conozco bien, porque hubo un tiempo en el que fui bendecida por su caridad altruista y me dejaron entrar, y durante una época fue bonito sentir que yo también caminaba sobre ruedas. Como ellos. Junto a ellos. 

Hay muchos seres únicos. Cada uno que identifique a los suyos propios. Aunque debo decir que es tarea sencilla. Todos actúan de la misma forma. Primero te encandilarán, te ofrecerán sus celestiales manos y tú te agarrarás hasta de sus cuellos, porque los necesitas, ansías ser uno de ellos. Sabes que en cuanto te acepten en su clan, tu mísera vida será distinta. Será superior. Serás especial.

Como en toda ascensión divina, la llegada a ese Olimpo de todopoderosas deidades ha de ser sellada con una ceremonia singular. Cuando yo ascendí, fui consagrada con el elixir universal, ensalzador de la amistad y socorrido refugio de penas y alegrías. Si aceptaba beber de aquella pócima, si estaba dispuesta a entregarme en cuerpo y alma a la práctica habitual de aquella embriagadora sustancia, me dejarían entrar.

Y joder, entré. Estaba totalmente fascinada por su mundo lúdico. Al principio la explosión de diversión hizo que sucumbiese a aquel estilo de vida. En el mundo de los seres únicos solo hay cabida para el desahogo, el divertimento, la farra. Tú te dejas llevar porque has caído bajo el embrujo de aquel mundo mejor. Si surgen los problemas, se ocultan con un chorro de elixir, y si intentas compartirlos, verás cómo son devueltos de nuevo a su lugar, escondidos dentro de tu mundo interior con un simple 'no te rayes (tío)' y otro largo trago del salvador elixir. Para los seres únicos ese tipo de asuntos no son propios del estrato superficial en el que habitan. El tiempo en el mundo de los seres únicos es relativo. Relativo al consumo de ese preciado elixir. Es símbolo de unión, de fidelidad, de pertenencia a la manada. Y con cuanta más mesura se consuma, más derecho tienes a ocupar un lugar entre ellos. Si consigues seguir el ritmo, sobrevives.

Lo que ocurre, desgraciadamente, es que no todos estamos preparados para ocupar de forma permanente nuestro sitio entre ellos. Dentro de ti, algo se empieza a remover y te das cuenta de que ese elixir ya no te lleva a lo más alto. Empiezas a sentirte aburrido, cansado de siempre lo mismo y para colmo, notas cómo tu mundo interior se revuelve cada vez con más brío y hace amagos por salir a la superficie. Y claro, el trastorno que eso te provoca es irracional. ¿Qué haré con mi vida? No puedo querer dejar de ser un ser único, si son lo más. Si nunca podré encontrar nada que sea superior a pertenecer a su manada. Y esa lucha interna resulta agotadora (lucha interna que por cierto solo tienes tú y que no compartes con nadie porque nadie percibirá tu preocupación - trago de elixir).

Y un día despiertas. El día que yo desperté era un día como otro cualquiera en el mundo de los seres únicos. El adorado elixir lo envolvía todo y yo intentaba participar en conversaciones vacías. Pero mi mundo interior apretaba con furia y estaba a punto de salir de mis adentros. Quise retenerlo, una vez más, pero algo había cambiado en mi. Quizás ya para siempre. Por primera vez me aislé de aquellas conversaciones y me detuve a escuchar con detenimiento lo que mi mundo interior tenía que contarme. Me asusté, porque el mensaje que me estaba mandando era que saliese de allí, que huyera, que abandonase el mundo de los seres únicos. Pero, ¿por qué? No era acaso aquello lo mejor a lo que iba a aspirar en mi vida. Acaso no había alcanzado el Olimpo y me había aceptado en aquel mundo de dioses. ¿Por qué irme ahora? Si todo lo que me pudiese encontrar fuera de su mundo lúdico no podría superar lo vivido aquellos años. 

'No estás prestando la suficiente atención
no estás escuchando de la manera adecuada
ésta no es tu manada'

Mientras yo tenía mi lucha interna, los seres únicos me rodeaban despreocupados. Mantenían una de esas conversaciones en la que todos eran conocedores de la verdad más absoluta. Se daban palmaditas en la espalda y se adulaban los unos a los otros. La conversación se traducía en un continuo blablablablablabla. Hice caso a mi mundo interior y decidí escuchar bien. Y entonces desperté. Los blablablablablabla se acababan de transformar en agudos beeebeeeeebeeeeeeee... Joder, por fin entendía todo. Claro que aquella no era mi manada. Cómo podía serlo si la realidad de los seres únicos había sido por fin revelada: eran un auténtico rebaño de borregos.

Entonces me fui. Huí. Me alejé de allí corriendo a toda velocidad, sabiendo que una vez fuera jamás podría volver a entrar. Me daba igual, la borregada ya no era lo mío y en mi huída me transformé en lobo solitario.

Y ahora viene mi parte favorita de esta mi historia y la que provoca la mayor fascinación en mi hacia los seres únicos: me fui y a nadie le importó. Yo no era más que un hueco que pronto conseguirían rellenar en otra ceremonia de ascensión hacia su Olimpo. Nadie se preocupó, nadie me pidió que volviese, nadie se interesó por saber a dónde habría ido a parar. Puede que recibiese algún mensaje vacío de sentimiento que me provocó muchos escalofríos: 'fue un gran ser único; estuvo en lo más alto; me da pena que se haya tenido que marchar'. Condescendencia. Frialdad. Que no te engañen, les das igual. Te has ido y una era ha terminado.

Hasta siempre, seres únicos. Me voy con mi manada de lobos solitarios a enseñaros los colmillos.

sábado, febrero 25, 2017

entrada número veintidós


Y mi amor
amor 
amor mendigo
aterido
duermo en gélidos callejones
me alimento de limosnas ingratas
que me ofrecen en las noches
solitarios necesitados como yo
sin rumbo
con vacío en los bolsillos
caridad que no quiero
soy un indigente en busca de un único sustento
tu cobijo
envuelve el frío
sacúdeme la soledad
que otros la recojan
y hagan con ella poesía.



Y mi amor
amor 
amor dormido
prudente
despiértame de este infierno
seréname
estréchame entre tus protectores brazos
no ves que ahora ardo en deseo
enciéndeme amor
quema mis cicatrices
calcina mi desasosiego
que no quede nada
incinera los recuerdos
de un pasado que se aleja
cuanto más cerca estoy de ti.



Y mi amor
amor
amor ansiado
narcótico
libérame de esta vigilia
guíame con claridad
encáuzame
no ves que perdí el rumbo hace tiempo
abrázame amor
que estoy temblando de miedo
abriga este cuerpo
en el que desde abril 
no es más que invierno
y necesita primaveras
con la forma de tus besos.

'Y mi amor
amor
amor
estoy aquí
no ves ...'

miércoles, febrero 22, 2017

entrada número veintiuno


Es curioso tu recuerdo.
Tengo que admitirlo,
todavía hay días en los que regresa 
para atormentarme.
¿Cómo es posible?
Si me esforcé, a conciencia.
Si luché
lo empujé
lo pisoteé.
Pasé más de cien noche en vela
agotando hasta el último aliento
de tanto vaciar los pulmones.
Soplé con violencia para que tu recuerdo
tu maldito recuerdo
se esfumase.
Lo convertí en imparable huracán
para que, a su paso
se llevase todo indicio 
de que hubieses existido.

¿No entiendes que no quiero que me venga a visitar?

Y aún así
de vez en cuando
regresa el muy cabrón.

Y me enfado.
Y lo entiendo a la vez.
Vuelve cuando más agotada estoy
aparece los días en los que duermo menos
y mal
me sorprende cuando me siento abatida
por causas que ya nada tienen que ver contigo.

Es curioso tu recuerdo.
¿No lo ves?
Soy yo quien lo invoca
/desde donde quiera que estés/
es mi lado malo quien lo atrae
no podía ser de otra manera.
Acude raudo a la llamada del cansancio
de la falta de ganas
para alimentarse de mis pocas fuerzas
para sacar lo peor de mi.

Puedo presentir cómo se acerca
y me escondo tras mis muros
escucho cómo escala de forma habilidosa
y cuando llega al punto más alto
se detiene.
Desde allí me observa
durante unos instantes me siento frágil
ya no quiero sucumbir más a tu recuerdo.
Con la cabeza alta lo miro yo también
desafiante
y le grito:
¡Salta, venga! ¡Arrójate sobre mi!
¡No me importa!
¡Ya no conseguirás hacerme más daño!
¡Aplástame con todo tu peso!

Nunca lo hace.

Por más que chillo
permanece allí arriba
impasible
inútil
molestándome con su presencia.
Le ignoro
le doy la espalda y lo olvido
/o lo intento/
Y aún así siento cómo me persigue
está a punto de lanzarme puñales afilados
que se me claven por la espalda.

Entonces estallo.

¡Vete!

Grito, más fuerte
pataleo, lanzo puños contra el muro.
Quiero derribarlo
quiero que se esfume.

Debería escalar, ascender hasta él
pero siempre he tenido miedo a las alturas
y me niego a estar demasiado cerca
y arriesgarme a que me atrape.

¡Lárgate de aquí!

Debería lanzar treinta y tres flechas
atravesarlo
que muera allí de forma súbita.
Pero soy contraria a la violencia
y carezco de puntería
y mucho menos sangre fría.

¡Déjame en paz!

Podría pedir ayuda
encontrar aliados 
con los que hacerme aún más fuerte.

No
ésta es mi lucha 
y me enfrento sola en la batalla.

Encuentro un lápiz
lo afilo
y en un papel
al que doy forma de avión
lanzo un mensaje que me salve la vida:
                          
                     ¡YA NO EXISTES!

Lo veo ascender hasta él
vuela hasta alcanzarlo
y lo esquiva
lo ignora
me ignoras.

Del mismo modo en que llegó
tu recuerdo se esfuma
sigiloso
escondiéndose entre las sombras de otro tiempo.

Y por fin
cuando ya no lo veo
tu recuerdo me hace sonreír
pero no es por añoranza
ni mucho menos por pena.

Mi sonrisa es resignada
mientras pienso lo irónico que resulta
que hasta tu recuerdo sea un cobarde.


jueves, febrero 16, 2017

entrada número veinte


El insomnio de los miércoles

Divago
vago
vagón que no llega
y pierdo otro tren
tu tren
se me escapa una mano
tu mano
la quiero agarrar
pero te alejas
te vas
me dejas
la mano suelta
la herida abierta
no debería existir
mi cuerpo debería morir 
ya mismo
en este instante
y mi alma vagar por el mundo
tu mundo
hasta encontrarte
con no más fin que el de arroparte
aunque tú ya no sientas frío
aunque te abrigue hoy otra piel
te rozaré con mi alma
sentirás el escalofrío de mi recuerdo
ese que taladra
ese que aunque tú ya no quieras
hará que se te encienda la sangre
y revivas
porque hoy
para mi
tú ya estás muerto.

miércoles, febrero 15, 2017

entrada número diecinueve



Enamórate de alguien que haga explotar tu vida
que bombee tus arterias
que acelere tu pulso
que recorra enteros tus adentros 
sin nunca helar tu sangre.

Enamórate de alguien valiente
ganador de mil batallas
que ondee banderas al vencerlo todo contigo.

Enamórate de alguien íntegro y completo
que aún así esté dispuesto a abrir huecos 
para que entres y los llenes con aire renovado
para que te ancles a las piezas que ya existen
y hagas funcionar nuevos engranajes.

Enamórate de alguien que te enseñe
pero que no te de lecciones
alguien que comparta contigo todo lo que sabe 
sin un ápice de condescendencia
que abrace con necesidad todo lo que tú le ofrezcas
que te admire 
y que también te aprenda.

Enamórate de alguien sin prejuicios
que no ahonde en tus fisuras
que apuntale los resquicios
y que no levante torres donde encierre tus virtudes.

Enamórate de alguien puñetero
que se ría de ti pero que te tome en serio.

Enamórate de alguien que dialogue y que no imponga
que se enfrente a ti en lo opuesto
y que concilie en los silencios.

Enamórate de alguien libre de cadenas
que sea sin ti
pero se prefiera contigo.

Enamórate de alguien generoso en tiempo
orgulloso en sus alcances
que disponga y nunca ordene.

Enamórate de alguien para quien no seas una meta
sino la salida a la carrera sin tiempos más duradera.

Enamórate
sal ahí fuera
ponte guapa
sonríe
fija la mirada
aprende
y no te guardes nada.

Enamórate, joder.

Y que te salga bien
que tú
            más que nadie
                                    te lo mereces.




(A Hermana, Sandra, Acha 
y a todos aquellos que alguna vez os hayan hecho perder la fe)

sábado, febrero 11, 2017

entrada número dieciocho


Me suelo preguntar a menudo que en qué creerán las personas que me rodean. No cualquiera, sino aquellos que tengo más cerca y que creo conocer mejor. ¿Creerán en el más allá? ¿En algún tipo de dios? ¿Pensarán si hay vida en otros planetas? ¿Y que no estamos solos en el universo? ¿Creerán en las personas? Es decir, ¿en su bondad? ¿En que todos tenemos un lado bueno y uno malo? ¿Creerán en el destino? ¿En la suerte? ¿O en las casualidades? ¿Serán soñadores y vivirán pensando que todo se puede conseguir si te lo propones y luchas por ello? También me pregunto si creerán en las almas gemelas y estarán buscando la suya o, con suerte (o por casualidad o quizás gracias al destino), ya la hayan encontrado. ¿Cuántos de ellos creerán que existen los finales felices o que el karma es vengativo y 'quien a hierro mata, a hierro termina'? Me intriga saber si creen en si mismos o si desconfían hasta de su sombra. Aunque, sin duda, lo que más curiosidad me genera es tratar de averiguar cuántos de ellos no creen en nada, quiénes están tan vacíos que vagan por la vida sin alimentar el alma, sin ilusión, sin sueños, dejando tan solo que los días pasen. Por favor, quienquiera que esté leyendo esto, no seáis de este último grupo, no os dejéis arrastrar por el escepticismo. Lo digo porque yo en dos ocasiones me dejé atrapar por esas desmoralizadoras redes y, lo juro, no fue agradable.

La primera vez que dejé de creer tenía nueve años y todo fue por culpa de Padre. Era enero de mil novecientos noventa y nueve, no recuerdo si día seis o siete, pero como cada Navidad habíamos vuelto desde Gijón a nuestro hogar de la calle Sagasta número seis cuarto efe para abrir los regalos que, mágicamente y bajo demanda, nos habían dejado bajo el árbol situado frente a las ventanas del comedor, Melchor, Gaspar y Baltasar. Sí, en el final de aquellas Navidades, aquella pobre inocente yo de nueve años dejó de creer en los Reyes Magos. 

Los que tengáis la suerte de conocer a Padre sabréis que en ocasiones le invade una carga enorme de dramatismo que le lleva a tomárselo todo a la tremenda. Aquel día debió de consensuar con Madre que yo ya era lo suficientemente mayor como para seguir creyendo en los Reyes Magos y decidió que la responsabilidad de desvelarme tal secreto recaería única y exclusivamente sobre él. Ya lo dice Albert Espinosa, 'traumas de la infancia, al fin y al cabo es lo que somos cada uno de nosotros, traumas de la infancia', así que paso a relatar el trauma que llevo acarreando sobre los hombros desde aquel enero del noventa y nueve.

Yo siempre he sido una persona muy ingenua. De pequeña lo era más, ahora que soy mayor cuando quiero y me conviene, finjo que lo soy. El caso es que yo creía al cien por ciento que los Reyes Magos eran de verdad. Es más, aseguraba haberlos visto más de una noche de reyes asomarse por la puerta de la habitación de los mis güelos donde dormíamos Hermana y yo. También es verdad que siempre he tenido mucha imaginación y la gran necesidad de ser más lista que nadie. El hecho es que yo me creía aquello de los camellos y dar la vuelta al mundo con un fervor religioso.

Aquel curso en el colegio recuerdo que hubo más de una compañera resabiada y adelantada a su tiempo que decidió que su misión en el mundo era romperle las ilusiones a los demás y que empezó a soltar entre los más inocentes el tan temido rumor de que ¡los reyes son los padres! Yo llegaba a casa indignada y le decía a Madre: '¡Mamá, Coral ha dicho que los reyes no existen, que son los padres! Pero es que eso es imposible, ¿cómo vais a ser vosotros?' Y Madre, protectora ella como siempre, me decía: '¡Cris, tú no hagas ni caso!' Más diez puntos para mi ingenuidad y para que el tortazo de la desilusión me golpease más fuerte. (Años después, Hermana le hizo la misma pregunta que yo y su respuesta fue: '¡pues sí hija, sí!'. Pero Hermana siempre ha sido más realista y sensata que yo).

Volviendo a aquel seis o siete de enero del noventa y nueve, habíamos abierto todos nuestros correspondientes regalos y todo había quedado recogido como si allí no hubiese habido una vorágine de bolsas y papel de regalo (en casa siempre hemos recibido instrucciones militares sobre la importancia del orden y concierto), cuando Padre me llamó. Entré en el salón y me hizo sentar en uno de aquellos sofás que por aquel entonces estaban forrados de una tela de color salmón y rayitas azules. El salón estaba iluminado solo por una lámpara de mesa colocada, valga la redundancia, en la mesa situada en el lado del sofá donde siempre se sentaba Padre. Puede que también estuviese la televisión encendida, pero sin volumen. En aquel ambiente enrarecido y poco iluminado, Padre accionó la siguiente bomba de relojería: 'Cris, todo esto que ves (señaló la mesa del comedor donde solíamos dejar los regalos alineados en una cuadrícula imaginaria una vez abiertos), esta tradición, los preparativos, todo, no es más que producto de tu imaginación. Esa magia en la que tú crees y que envuelve todo esto, no es más que producto de tu imaginación.' No sé si fueron las palabras exactas, pero en aquel instante se me rompió el corazón porque entendí que aquello que decía Coral en el colegio era verdad.

Me acuerdo que lloré mucho porque por primera vez en mi vida sentí un vacío enorme dentro de mi. No entendía nada, se me habían roto todos mis esquemas. ¿En qué iba a creer yo ahora? Me encontré totalmente perdida. Durante las semanas siguientes tuve muchas pesadillas y me planteaba cosas que me daban miedo. Recuerdo que una noche me desperté angustiada porque por primera vez tuve consciencia de la muerte y de que yo algún día iba a desaparecer para siempre. Aquello me dejó significativamente tocada del ala y empecé a alejarme de aquella ingenuidad infantil para volverme un poco más realista.

Sería injusto afirmar que aquel día Padre me rompió el corazón. Él solo me asestó un bofetón de realidad y ya me ocupé yo de desencadenar todo lo demás. Como acostumbran a decir los simplistas, 'el tiempo lo cura todo', y con los años olvidé un poco aquel trauma y volví a creer en la magia y la ilusión. Ya he comentado antes que siempre he sido muy ingenua. Aunque para ser sincera, todas las Navidades viajo a aquel salón de mi hogar en Pontevedra y comprendo por qué no me gustan nada esas fechas.

Dieciocho años y algunos meses después volví a dejar de creer. Esta vez fue por culpa de un entorpecido pasajero que decidió bajarse sin previo aviso de este viaje que es mi vida. El escenario también lo recuerdo enrarecido y poco iluminado, aunque en vez de en el salón de mi casa estaba en un coche. También explotó una bomba de artillería y se me grabaron a fuego unas palabras mágicas, pero no me apetece recrearme mucho en ello. Solo diré que aquel día no dejé de creer en los Reyes Magos, pero sí en el amor. Que me llamen dramática, pero la sensación de vacío fue la misma. Me encontré durante un tiempo tan desorientada, con todos mis esquemas tirados y pisoteados por los suelos. El amor esta vez no eran los padres, pero era la misma mentira. Me sentía igual de engañada que durante todos esos años en los que creía que tres personas me traían regalos solo porque había sido buena. Fue horrible.

Y digo fue, porque entonces llegó Padre de nuevo, pero esta vez para salvarme. Día a día, palabra a palabra, se esforzó sin descanso para que saliese de ese pozo de escepticismo en el que había caído y el día que me dijo 'Cris, ¿no lo ves? Alguien ha ganado la lotería gracias a esto pero aún no lo sabe' volví a creer.

Y seguiré defendiendo la magia.
Y seguiré defendiendo el amor; el amor romántico, el paternal, el de Hermana, el incondicional de mi perro, el de los amigos y el que haga falta, contra viento y marea.

Y escucharé siempre a Padre. Porque Padre es un enamorado de la vida, defensor de la magia, es soñador y lo vive siempre todo con ilusión (a veces con intensidad dramática). Y sé que mientras Padre esté a mi lado, no dejaré nunca de creer en el amor y mucho menos en la magia. Pero por encima de todas las cosas, sé que gracias a Padre, nunca dejaré de creer en mi misma y jamás volveré a pensar que yo no me merezca mi final feliz.

jueves, febrero 09, 2017

entrada número diecisiete

Vivir es esto.

Levantarme diez minutos antes
saborear el café recién hecho
soñar con que fuese un beso
el sol golpeando de lleno
las carreras para no perder el metro
las caras de sueño
y en las pantallas escribiendo...
¡Buenos días! ¡Hoy por fin te veo!
despertar con la ciudad
nada más salir del metro
subir las escaleras
cargando el peso de mis huesos
mientras cruje la madera
la sonrisa de Fernando
los buenos días de Raquel
trabajar con Juan entre ideas y papel
suena música de los ochenta
y alguien te regala lecciones sin querer
los ¿comemos? con Elena
y los paseos con Inés
las tardes cuesta arriba
saboreando más café
carcajadas y más de una broma
siempre a partir de las seis
los hasta mañana escuetos
sin prisas por volver
hacer balance del día con Jorge
compartiendo solo un tren
escribir en el vagón
más historias del montón
coger aire fresco
antes de sumar los últimos metros
y por fin llegar a casa
y que le den al resto
abrir la puerta
y tú
siempre tú
mi único amor fiel.



¿No lo ves?
Vivir es esto.
No pensar ni un segundo en ti.
(no) Lo siento.

martes, febrero 07, 2017

entrada número dieciséis

Las orillas que alcanzó la Niña Pez



Había una vez una Niña Pez que vivía en tu pecera.


Un cristal
transparente y reluciente
ejercía de barrera.

Desde dentro 
Niña Pez vivía a través de tu mundo
el único que conocía.

Al otro lado
tú cuidabas de Niña Pez
sacabas brillo a tu pecera
y Niña Pez flotaba al son de tu música
se mecía al ritmo de tu voz
y la acunaban tus olas.

Tu pecera era su hogar
su refugio contra el mal
allí nadaba en círculos concéntricos
observando el mundo tras el cristal.


¿A qué esperas Niña Pez?
¿No quieres conocer el mar?

...


Fueron años 
los que Niña Pez
vivió en tu pecera
convencida de que aquel cristal la protegía
y de que si tú la cuidabas 
nada malo ocurriría.

Pero tú no la querías
y olvidaste a Niña Pez
y descuidaste tu pecera.

Una primera grieta se formó
en aquella barrera de cristal
y por más que Niña Pez gritó
nadie la asistió.

Golpeó aquel cristal 
intentando llamar tu atención
pero solo consiguió 
que las grietas avanzasen.

¡Ten cuidado Niña Pez!
¡Vas a hacerte mucho daño!

...


La pecera se rompió
y aquellas aguas antes candentes
arrastraron a Niña Pez con crueldad.

Trocitos de cristal se le clavaron
resquebrajándola 
para quedarse a vivir ya siempre
en sus escamas.

Incapaz de oponer resistencia
Niña Pez vagó por corrientes marinas
y mareas opuestas.

Acarició el fondo del mar
y convirtió aquella cama de arena
en su lecho de muerte.

¡Despierta Niña Pez!
¡No te rindas ahora!
¿No ves que por fin eres libre?

...


Niña Pez nunca fue hábil
en el arte de la apnea.

Despertó desorientada
y se asustó.

Aleteó con decisión
y se alejó a veinte mil leguas de allí.

Niña Pez salió a flote
y en la superficie 
llenó de aire sus pulmones.

Bajo aquel sol llameante
con las escamas abrasadas
y la mirada nublada
Niña Pez volvió a nacer.

¿Dónde has ido a parar Niña Pez?
¿Acaso sabes dónde estás?

...


Se conoce al Lete
como el Río del Olvido
por su cauce vagan los malditos
seres sin vida 
condenados a no salirse del camino.

Niña Pez no lo entendía
aquel no era su destino.

Hasta que lo vio
el que en otro tiempo sacaba brillo a su pecera
flotaba ahora en esas aguas
convertido en tronco inerte.

Niña Pez se asustó
cabía el riesgo de que la deriva
la llevase a colisionar contra él
y se dejase guiar 
otra vez
por su torrente.

¡Resiste Niña Pez!
¡Nada contra corriente!
Aunque duela más
tú eres más valiente.

...


Niña Pez alcanzó la orilla
empapada por las lágrimas
provocadas tras ahogar en el río los recuerdos.

Descansó en la ribera
contemplando al tronco inerte.

Avanzaba hacia el abismo
se mecía con hastío
su final estaba cerca.

Niña Pez se levantó
advirtió cómo aquel tronco sin vida caía
desapareciendo en el vacío.

Y Niña Pez sonrió
no sabía cuándo tocaría /el/ fondo
solo esperaba que el impacto lo partiese
y que la caída no le doliese
(mucho)

¡Has vencido Niña Pez!

...