sábado, febrero 25, 2017

entrada número veintidós


Y mi amor
amor 
amor mendigo
aterido
duermo en gélidos callejones
me alimento de limosnas ingratas
que me ofrecen en las noches
solitarios necesitados como yo
sin rumbo
con vacío en los bolsillos
caridad que no quiero
soy un indigente en busca de un único sustento
tu cobijo
envuelve el frío
sacúdeme la soledad
que otros la recojan
y hagan con ella poesía.



Y mi amor
amor 
amor dormido
prudente
despiértame de este infierno
seréname
estréchame entre tus protectores brazos
no ves que ahora ardo en deseo
enciéndeme amor
quema mis cicatrices
calcina mi desasosiego
que no quede nada
incinera los recuerdos
de un pasado que se aleja
cuanto más cerca estoy de ti.



Y mi amor
amor
amor ansiado
narcótico
libérame de esta vigilia
guíame con claridad
encáuzame
no ves que perdí el rumbo hace tiempo
abrázame amor
que estoy temblando de miedo
abriga este cuerpo
en el que desde abril 
no es más que invierno
y necesita primaveras
con la forma de tus besos.

'Y mi amor
amor
amor
estoy aquí
no ves ...'

miércoles, febrero 22, 2017

entrada número veintiuno


Es curioso tu recuerdo.
Tengo que admitirlo,
todavía hay días en los que regresa 
para atormentarme.
¿Cómo es posible?
Si me esforcé, a conciencia.
Si luché
lo empujé
lo pisoteé.
Pasé más de cien noche en vela
agotando hasta el último aliento
de tanto vaciar los pulmones.
Soplé con violencia para que tu recuerdo
tu maldito recuerdo
se esfumase.
Lo convertí en imparable huracán
para que, a su paso
se llevase todo indicio 
de que hubieses existido.

¿No entiendes que no quiero que me venga a visitar?

Y aún así
de vez en cuando
regresa el muy cabrón.

Y me enfado.
Y lo entiendo a la vez.
Vuelve cuando más agotada estoy
aparece los días en los que duermo menos
y mal
me sorprende cuando me siento abatida
por causas que ya nada tienen que ver contigo.

Es curioso tu recuerdo.
¿No lo ves?
Soy yo quien lo invoca
/desde donde quiera que estés/
es mi lado malo quien lo atrae
no podía ser de otra manera.
Acude raudo a la llamada del cansancio
de la falta de ganas
para alimentarse de mis pocas fuerzas
para sacar lo peor de mi.

Puedo presentir cómo se acerca
y me escondo tras mis muros
escucho cómo escala de forma habilidosa
y cuando llega al punto más alto
se detiene.
Desde allí me observa
durante unos instantes me siento frágil
ya no quiero sucumbir más a tu recuerdo.
Con la cabeza alta lo miro yo también
desafiante
y le grito:
¡Salta, venga! ¡Arrójate sobre mi!
¡No me importa!
¡Ya no conseguirás hacerme más daño!
¡Aplástame con todo tu peso!

Nunca lo hace.

Por más que chillo
permanece allí arriba
impasible
inútil
molestándome con su presencia.
Le ignoro
le doy la espalda y lo olvido
/o lo intento/
Y aún así siento cómo me persigue
está a punto de lanzarme puñales afilados
que se me claven por la espalda.

Entonces estallo.

¡Vete!

Grito, más fuerte
pataleo, lanzo puños contra el muro.
Quiero derribarlo
quiero que se esfume.

Debería escalar, ascender hasta él
pero siempre he tenido miedo a las alturas
y me niego a estar demasiado cerca
y arriesgarme a que me atrape.

¡Lárgate de aquí!

Debería lanzar treinta y tres flechas
atravesarlo
que muera allí de forma súbita.
Pero soy contraria a la violencia
y carezco de puntería
y mucho menos sangre fría.

¡Déjame en paz!

Podría pedir ayuda
encontrar aliados 
con los que hacerme aún más fuerte.

No
ésta es mi lucha 
y me enfrento sola en la batalla.

Encuentro un lápiz
lo afilo
y en un papel
al que doy forma de avión
lanzo un mensaje que me salve la vida:
                          
                     ¡YA NO EXISTES!

Lo veo ascender hasta él
vuela hasta alcanzarlo
y lo esquiva
lo ignora
me ignoras.

Del mismo modo en que llegó
tu recuerdo se esfuma
sigiloso
escondiéndose entre las sombras de otro tiempo.

Y por fin
cuando ya no lo veo
tu recuerdo me hace sonreír
pero no es por añoranza
ni mucho menos por pena.

Mi sonrisa es resignada
mientras pienso lo irónico que resulta
que hasta tu recuerdo sea un cobarde.


jueves, febrero 16, 2017

entrada número veinte


El insomnio de los miércoles

Divago
vago
vagón que no llega
y pierdo otro tren
tu tren
se me escapa una mano
tu mano
la quiero agarrar
pero te alejas
te vas
me dejas
la mano suelta
la herida abierta
no debería existir
mi cuerpo debería morir 
ya mismo
en este instante
y mi alma vagar por el mundo
tu mundo
hasta encontrarte
con no más fin que el de arroparte
aunque tú ya no sientas frío
aunque te abrigue hoy otra piel
te rozaré con mi alma
sentirás el escalofrío de mi recuerdo
ese que taladra
ese que aunque tú ya no quieras
hará que se te encienda la sangre
y revivas
porque hoy
para mi
tú ya estás muerto.

miércoles, febrero 15, 2017

entrada número diecinueve



Enamórate de alguien que haga explotar tu vida
que bombee tus arterias
que acelere tu pulso
que recorra enteros tus adentros 
sin nunca helar tu sangre.

Enamórate de alguien valiente
ganador de mil batallas
que ondee banderas al vencerlo todo contigo.

Enamórate de alguien íntegro y completo
que aún así esté dispuesto a abrir huecos 
para que entres y los llenes con aire renovado
para que te ancles a las piezas que ya existen
y hagas funcionar nuevos engranajes.

Enamórate de alguien que te enseñe
pero que no te de lecciones
alguien que comparta contigo todo lo que sabe 
sin un ápice de condescendencia
que abrace con necesidad todo lo que tú le ofrezcas
que te admire 
y que también te aprenda.

Enamórate de alguien sin prejuicios
que no ahonde en tus fisuras
que apuntale los resquicios
y que no levante torres donde encierre tus virtudes.

Enamórate de alguien puñetero
que se ría de ti pero que te tome en serio.

Enamórate de alguien que dialogue y que no imponga
que se enfrente a ti en lo opuesto
y que concilie en los silencios.

Enamórate de alguien libre de cadenas
que sea sin ti
pero se prefiera contigo.

Enamórate de alguien generoso en tiempo
orgulloso en sus alcances
que disponga y nunca ordene.

Enamórate de alguien para quien no seas una meta
sino la salida a la carrera sin tiempos más duradera.

Enamórate
sal ahí fuera
ponte guapa
sonríe
fija la mirada
aprende
y no te guardes nada.

Enamórate, joder.

Y que te salga bien
que tú
            más que nadie
                                    te lo mereces.




(A Hermana, Sandra, Acha 
y a todos aquellos que alguna vez os hayan hecho perder la fe)

sábado, febrero 11, 2017

entrada número dieciocho


Me suelo preguntar a menudo que en qué creerán las personas que me rodean. No cualquiera, sino aquellos que tengo más cerca y que creo conocer mejor. ¿Creerán en el más allá? ¿En algún tipo de dios? ¿Pensarán si hay vida en otros planetas? ¿Y que no estamos solos en el universo? ¿Creerán en las personas? Es decir, ¿en su bondad? ¿En que todos tenemos un lado bueno y uno malo? ¿Creerán en el destino? ¿En la suerte? ¿O en las casualidades? ¿Serán soñadores y vivirán pensando que todo se puede conseguir si te lo propones y luchas por ello? También me pregunto si creerán en las almas gemelas y estarán buscando la suya o, con suerte (o por casualidad o quizás gracias al destino), ya la hayan encontrado. ¿Cuántos de ellos creerán que existen los finales felices o que el karma es vengativo y 'quien a hierro mata, a hierro termina'? Me intriga saber si creen en si mismos o si desconfían hasta de su sombra. Aunque, sin duda, lo que más curiosidad me genera es tratar de averiguar cuántos de ellos no creen en nada, quiénes están tan vacíos que vagan por la vida sin alimentar el alma, sin ilusión, sin sueños, dejando tan solo que los días pasen. Por favor, quienquiera que esté leyendo esto, no seáis de este último grupo, no os dejéis arrastrar por el escepticismo. Lo digo porque yo en dos ocasiones me dejé atrapar por esas desmoralizadoras redes y, lo juro, no fue agradable.

La primera vez que dejé de creer tenía nueve años y todo fue por culpa de Padre. Era enero de mil novecientos noventa y nueve, no recuerdo si día seis o siete, pero como cada Navidad habíamos vuelto desde Gijón a nuestro hogar de la calle Sagasta número seis cuarto efe para abrir los regalos que, mágicamente y bajo demanda, nos habían dejado bajo el árbol situado frente a las ventanas del comedor, Melchor, Gaspar y Baltasar. Sí, en el final de aquellas Navidades, aquella pobre inocente yo de nueve años dejó de creer en los Reyes Magos. 

Los que tengáis la suerte de conocer a Padre sabréis que en ocasiones le invade una carga enorme de dramatismo que le lleva a tomárselo todo a la tremenda. Aquel día debió de consensuar con Madre que yo ya era lo suficientemente mayor como para seguir creyendo en los Reyes Magos y decidió que la responsabilidad de desvelarme tal secreto recaería única y exclusivamente sobre él. Ya lo dice Albert Espinosa, 'traumas de la infancia, al fin y al cabo es lo que somos cada uno de nosotros, traumas de la infancia', así que paso a relatar el trauma que llevo acarreando sobre los hombros desde aquel enero del noventa y nueve.

Yo siempre he sido una persona muy ingenua. De pequeña lo era más, ahora que soy mayor cuando quiero y me conviene, finjo que lo soy. El caso es que yo creía al cien por ciento que los Reyes Magos eran de verdad. Es más, aseguraba haberlos visto más de una noche de reyes asomarse por la puerta de la habitación de los mis güelos donde dormíamos Hermana y yo. También es verdad que siempre he tenido mucha imaginación y la gran necesidad de ser más lista que nadie. El hecho es que yo me creía aquello de los camellos y dar la vuelta al mundo con un fervor religioso.

Aquel curso en el colegio recuerdo que hubo más de una compañera resabiada y adelantada a su tiempo que decidió que su misión en el mundo era romperle las ilusiones a los demás y que empezó a soltar entre los más inocentes el tan temido rumor de que ¡los reyes son los padres! Yo llegaba a casa indignada y le decía a Madre: '¡Mamá, Coral ha dicho que los reyes no existen, que son los padres! Pero es que eso es imposible, ¿cómo vais a ser vosotros?' Y Madre, protectora ella como siempre, me decía: '¡Cris, tú no hagas ni caso!' Más diez puntos para mi ingenuidad y para que el tortazo de la desilusión me golpease más fuerte. (Años después, Hermana le hizo la misma pregunta que yo y su respuesta fue: '¡pues sí hija, sí!'. Pero Hermana siempre ha sido más realista y sensata que yo).

Volviendo a aquel seis o siete de enero del noventa y nueve, habíamos abierto todos nuestros correspondientes regalos y todo había quedado recogido como si allí no hubiese habido una vorágine de bolsas y papel de regalo (en casa siempre hemos recibido instrucciones militares sobre la importancia del orden y concierto), cuando Padre me llamó. Entré en el salón y me hizo sentar en uno de aquellos sofás que por aquel entonces estaban forrados de una tela de color salmón y rayitas azules. El salón estaba iluminado solo por una lámpara de mesa colocada, valga la redundancia, en la mesa situada en el lado del sofá donde siempre se sentaba Padre. Puede que también estuviese la televisión encendida, pero sin volumen. En aquel ambiente enrarecido y poco iluminado, Padre accionó la siguiente bomba de relojería: 'Cris, todo esto que ves (señaló la mesa del comedor donde solíamos dejar los regalos alineados en una cuadrícula imaginaria una vez abiertos), esta tradición, los preparativos, todo, no es más que producto de tu imaginación. Esa magia en la que tú crees y que envuelve todo esto, no es más que producto de tu imaginación.' No sé si fueron las palabras exactas, pero en aquel instante se me rompió el corazón porque entendí que aquello que decía Coral en el colegio era verdad.

Me acuerdo que lloré mucho porque por primera vez en mi vida sentí un vacío enorme dentro de mi. No entendía nada, se me habían roto todos mis esquemas. ¿En qué iba a creer yo ahora? Me encontré totalmente perdida. Durante las semanas siguientes tuve muchas pesadillas y me planteaba cosas que me daban miedo. Recuerdo que una noche me desperté angustiada porque por primera vez tuve consciencia de la muerte y de que yo algún día iba a desaparecer para siempre. Aquello me dejó significativamente tocada del ala y empecé a alejarme de aquella ingenuidad infantil para volverme un poco más realista.

Sería injusto afirmar que aquel día Padre me rompió el corazón. Él solo me asestó un bofetón de realidad y ya me ocupé yo de desencadenar todo lo demás. Como acostumbran a decir los simplistas, 'el tiempo lo cura todo', y con los años olvidé un poco aquel trauma y volví a creer en la magia y la ilusión. Ya he comentado antes que siempre he sido muy ingenua. Aunque para ser sincera, todas las Navidades viajo a aquel salón de mi hogar en Pontevedra y comprendo por qué no me gustan nada esas fechas.

Dieciocho años y algunos meses después volví a dejar de creer. Esta vez fue por culpa de un entorpecido pasajero que decidió bajarse sin previo aviso de este viaje que es mi vida. El escenario también lo recuerdo enrarecido y poco iluminado, aunque en vez de en el salón de mi casa estaba en un coche. También explotó una bomba de artillería y se me grabaron a fuego unas palabras mágicas, pero no me apetece recrearme mucho en ello. Solo diré que aquel día no dejé de creer en los Reyes Magos, pero sí en el amor. Que me llamen dramática, pero la sensación de vacío fue la misma. Me encontré durante un tiempo tan desorientada, con todos mis esquemas tirados y pisoteados por los suelos. El amor esta vez no eran los padres, pero era la misma mentira. Me sentía igual de engañada que durante todos esos años en los que creía que tres personas me traían regalos solo porque había sido buena. Fue horrible.

Y digo fue, porque entonces llegó Padre de nuevo, pero esta vez para salvarme. Día a día, palabra a palabra, se esforzó sin descanso para que saliese de ese pozo de escepticismo en el que había caído y el día que me dijo 'Cris, ¿no lo ves? Alguien ha ganado la lotería gracias a esto pero aún no lo sabe' volví a creer.

Y seguiré defendiendo la magia.
Y seguiré defendiendo el amor; el amor romántico, el paternal, el de Hermana, el incondicional de mi perro, el de los amigos y el que haga falta, contra viento y marea.

Y escucharé siempre a Padre. Porque Padre es un enamorado de la vida, defensor de la magia, es soñador y lo vive siempre todo con ilusión (a veces con intensidad dramática). Y sé que mientras Padre esté a mi lado, no dejaré nunca de creer en el amor y mucho menos en la magia. Pero por encima de todas las cosas, sé que gracias a Padre, nunca dejaré de creer en mi misma y jamás volveré a pensar que yo no me merezca mi final feliz.

jueves, febrero 09, 2017

entrada número diecisiete

Vivir es esto.

Levantarme diez minutos antes
saborear el café recién hecho
soñar con que fuese un beso
el sol golpeando de lleno
las carreras para no perder el metro
las caras de sueño
y en las pantallas escribiendo...
¡Buenos días! ¡Hoy por fin te veo!
despertar con la ciudad
nada más salir del metro
subir las escaleras
cargando el peso de mis huesos
mientras cruje la madera
la sonrisa de Fernando
los buenos días de Raquel
trabajar con Juan entre ideas y papel
suena música de los ochenta
y alguien te regala lecciones sin querer
los ¿comemos? con Elena
y los paseos con Inés
las tardes cuesta arriba
saboreando más café
carcajadas y más de una broma
siempre a partir de las seis
los hasta mañana escuetos
sin prisas por volver
hacer balance del día con Jorge
compartiendo solo un tren
escribir en el vagón
más historias del montón
coger aire fresco
antes de sumar los últimos metros
y por fin llegar a casa
y que le den al resto
abrir la puerta
y tú
siempre tú
mi único amor fiel.



¿No lo ves?
Vivir es esto.
No pensar ni un segundo en ti.
(no) Lo siento.

martes, febrero 07, 2017

entrada número dieciséis

Las orillas que alcanzó la Niña Pez



Había una vez una Niña Pez que vivía en tu pecera.


Un cristal
transparente y reluciente
ejercía de barrera.

Desde dentro 
Niña Pez vivía a través de tu mundo
el único que conocía.

Al otro lado
tú cuidabas de Niña Pez
sacabas brillo a tu pecera
y Niña Pez flotaba al son de tu música
se mecía al ritmo de tu voz
y la acunaban tus olas.

Tu pecera era su hogar
su refugio contra el mal
allí nadaba en círculos concéntricos
observando el mundo tras el cristal.


¿A qué esperas Niña Pez?
¿No quieres conocer el mar?

...


Fueron años 
los que Niña Pez
vivió en tu pecera
convencida de que aquel cristal la protegía
y de que si tú la cuidabas 
nada malo ocurriría.

Pero tú no la querías
y olvidaste a Niña Pez
y descuidaste tu pecera.

Una primera grieta se formó
en aquella barrera de cristal
y por más que Niña Pez gritó
nadie la asistió.

Golpeó aquel cristal 
intentando llamar tu atención
pero solo consiguió 
que las grietas avanzasen.

¡Ten cuidado Niña Pez!
¡Vas a hacerte mucho daño!

...


La pecera se rompió
y aquellas aguas antes candentes
arrastraron a Niña Pez con crueldad.

Trocitos de cristal se le clavaron
resquebrajándola 
para quedarse a vivir ya siempre
en sus escamas.

Incapaz de oponer resistencia
Niña Pez vagó por corrientes marinas
y mareas opuestas.

Acarició el fondo del mar
y convirtió aquella cama de arena
en su lecho de muerte.

¡Despierta Niña Pez!
¡No te rindas ahora!
¿No ves que por fin eres libre?

...


Niña Pez nunca fue hábil
en el arte de la apnea.

Despertó desorientada
y se asustó.

Aleteó con decisión
y se alejó a veinte mil leguas de allí.

Niña Pez salió a flote
y en la superficie 
llenó de aire sus pulmones.

Bajo aquel sol llameante
con las escamas abrasadas
y la mirada nublada
Niña Pez volvió a nacer.

¿Dónde has ido a parar Niña Pez?
¿Acaso sabes dónde estás?

...


Se conoce al Lete
como el Río del Olvido
por su cauce vagan los malditos
seres sin vida 
condenados a no salirse del camino.

Niña Pez no lo entendía
aquel no era su destino.

Hasta que lo vio
el que en otro tiempo sacaba brillo a su pecera
flotaba ahora en esas aguas
convertido en tronco inerte.

Niña Pez se asustó
cabía el riesgo de que la deriva
la llevase a colisionar contra él
y se dejase guiar 
otra vez
por su torrente.

¡Resiste Niña Pez!
¡Nada contra corriente!
Aunque duela más
tú eres más valiente.

...


Niña Pez alcanzó la orilla
empapada por las lágrimas
provocadas tras ahogar en el río los recuerdos.

Descansó en la ribera
contemplando al tronco inerte.

Avanzaba hacia el abismo
se mecía con hastío
su final estaba cerca.

Niña Pez se levantó
advirtió cómo aquel tronco sin vida caía
desapareciendo en el vacío.

Y Niña Pez sonrió
no sabía cuándo tocaría /el/ fondo
solo esperaba que el impacto lo partiese
y que la caída no le doliese
(mucho)

¡Has vencido Niña Pez!

...




viernes, febrero 03, 2017

entrada número quince


48 horas 00 minutos 00 segundos
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Ni siquiera estoy nerviosa. Casi no he tenido tiempo para pensar en lo que está a punto de pasar. Por primera vez en mi vida me estoy dejando llevar y ni yo me reconozco. Todo ha surgido de manera tan espontánea que de verdad no soy consciente de lo que estoy a punto de vivir.

Al girar la esquina te he intuido de pie al final de la calle, esperando por mi. Tanto tiempo ha pasado y ahora, en este instante, estoy aquí, a pocos segundos de estar a escasos centímetros de ti. Ahora sí que estoy nerviosa. Me ha invadido una repentina timidez que quiero pisotear con cada zancada que doy hasta acercarme a ti. No hay sitio ni para tonterías ni estamos como para perder el tiempo. Así que camino con la cabeza alta con una única dirección. Tú. Quién lo diría, me digo a mi misma como llamándome la atención por haber tardado tanto en decidirme. La desconfianza, o el miedo, siempre enemigos del destino. 

Entonces por fin me ves. Estás tan guapo. Me sonríes y me miras mientras recorro los tres o cuatro metros que me faltan hasta alcanzarte. 

'Te recordaba más alto' 

Soy imbécil, pero los nervios siempre me han hecho ser un poco bocazas. Te ríes y me abrazas.

'Se dice hola, ¿todo bien?'
'Ya, ya. Déjame empezar otra vez. Hola, ¿todo bien?'

Y nos quedamos unos segundos abrazados. Más bien yo me dejo abrazar por ti y siento como si en ese preciso instante una fina burbuja protectora se estuviese empezando a formar para protegernos del exterior a partir de ese momento. Nos separamos y nos damos los dos educados besos de rigor en un alarde de cortesía que poco va a durar. No estamos aquí para andarnos con formalismos, pero siempre he pensado que las cosas hay que empezarlas bien.

'¿Te cojo la maleta?'
'Tranquilo, gracias. Ya la llevo yo'

Siempre he sido muy proclamadora del 'puedo yo sola' y no voy a perder los papeles ahora. Así que nos podemos a caminar en lo que supongo dirección tu casa. Durante unos minutos no hablamos, hasta que por supuesto yo abro la bocaza. No es que no me gusten los silencios incómodos, pero me encanta hablar. Y más si es contigo.

'Bueno, ¿qué tal? Di algo. ¿Cómo estás?'
'Ahora mejor'
(siempre has sido tan intenso)
'Ya, se está a gusto aquí'

La conversación muere ahí y caminamos los dos en silencio. No es que no tengamos nada que decir, simplemente queremos interiorizar ese momento, aferrarnos con fuerza, porque no se volverá a repetir. Somos tan conscientes de ello y tan inconscientes a la vez. Pero no hay cabida para las dudas.

El recorrido no es largo, pero no me da tiempo a memorizarlo. Cuando te paras deduzco que hemos llegado a tu portal. Como riguroso hábito, observo y analizo al detalle lo que veo mientras sacas las llaves del bolsillo derecho del pantalón. Puertas altas de dos hojas de hierro con barrotes negros y cristal semitransparente que deja adivinar el oscuro interior. Las manillas son doradas, la antítesis de lo moderno, a juego con los números que enmarcan la entrada, un enorme treinta y cuatro. Empujas con fuerza, ya me imaginaba que pesaban. Me dejas pasar a mi primero, también fuiste siempre muy caballeroso. El interior del portal es de estilo señorial, con moqueta marrón y azulejos amarmolados. No te pega nada. Al llegar a los seis peldaños que separan el nivel de calle con el vestíbulo del ascensor, te paras y haces otra vez el amago de cogerme la maleta. Yo te miro nuevamente con cara de 'ya puedo yo sola' y sonríes. Y me encanta, porque sé que a veces me entiendes sin tener que esforzarte. Entramos en el ascensor y el espacio encoge, y la distancia entre nosotros se reduce y me invaden unas ganas intensas de tocarte otra vez. Quiero que me abraces. No sé si he venido a ti en busca de refugio, pero hace unos minutos me he sentido tan a salvo que quiero repetirlo. Vamos ya por el segundo piso y como no sé cuanto más durará el trayecto, no pierdo el tiempo y me dejo caer sobre ti sin previo aviso. Y me abrazas. Y me acaricias el pelo. Y suspiro. Y me siento en paz.

El ascensor se detiene en el séptimo, las puertas se abren y ante nosotros una única puerta de color blanco. Tu hogar. Y el mío en el instante en el que cruce el umbral. Ahora te noto más nervioso que antes.

'No te asustes, está todo hecho un desastre'

Entro abriendo los ojos todo lo que puedo para retener la imagen de golpe. Siento un cariño inmenso, porque se nota que has limpiado a conciencia, que todo mantiene un orden poco habitual y sé que lo has hecho con el único propósito de agradar. Y no hay nada que más me guste que la gente que quiere agradar a los demás pero disimulando, como si no hubiese supuesto ningún esfuerzo. Me atrevo a darte un beso en la mejilla.

'Un desastre. Sí, claro'

Tu casa es pequeña, no es precisamente acogedora, pero hay algo que me resulta especialmente encantador. El olor. No sé en que momento te diría que mi favorito es el jazmín, pero toda la casa huele así. Dejamos mi maleta en el dormitorio. En algún momento hemos firmado un pacto no escrito sobre lo que va a ocurrir durante esas ya menos de cuarenta y ocho horas, aunque no hayamos acordado ni cómo ni cuándo. En el salón me preguntas si quiero tomar algo. Una cerveza estaría bien, hay que empezar por romper el hielo. Mientras vas a buscarla, contemplo desde la ventana la ciudad. Tu ciudad. Ni me había dado cuenta de que ya había anochecido y me quedo hipnotizada por aquellas miles de luces que parpadean y animan la oscuridad. Un pensamiento fugaz se atraviesa en mi cabeza y me entra pánico. ¿Pero que estoy haciendo aquí? No. Olvídalo. Aférrate a ese botellín de cerveza y bebe. El alcohol siempre ha sido el mejor desinhibidor y no hay por qué tener miedo. Así que allí, en tu salón, bebemos una cerveza tras otra. La conversación empieza a fluir de forma animada pero no es una de esas charlas de 'vamos a ponernos al día'. No hay ganas ni necesidad, ni queremos hacer viajes al pasado, allí no. Hablamos de cosas triviales, de lo que llueve en invierno, del mejor carburante para según que coche, de lo aburridas que son las redes sociales a veces; discutimos sobre si Nadal es el mejor deportista de España y yo te hablo de poesía. 

Las horas vuelan y dices que vayamos a cenar, que hoy invitas tú. Bajamos a la calle y paseamos por tu ciudad entre la gente, manteniendo una distancia prudencial entre nosotros pero con el hielo cada vez más derretido. Cenamos en un sitio estratégicamente escogido y no paramos de beber. Y de hablar. Y de reír. Y yo cada vez digo más tonterías, por supuesto. Pero a ti no te importa, sé que te gusta. Al final, no sé cómo, pago yo la cena y tú cinco copas. Volvemos a pasear por tu ciudad y yo divago sobre constelaciones, signos del zodíaco y otras marcianadas que ni yo entiendo. Decides acortar distancias y acercas tu mano para intentar coger la mía. Mi primera reacción es esquivarla, pero me arrepiento rápido. Así que respondo a tu insinuación cogiéndote de la mano y así, en silencio, continuamos caminando hasta llegar de nuevo a tu portal. Retengo aquella dirección. Número treinta y cuatro, piso número siete. ¿Por qué me resulta tan familiar? 

Perdida en mis pensamientos no me doy cuenta de que entramos en el ascensor y las puertas se cierran. Nos encontramos otra vez en ese espacio reducido, donde ahora la distancia entre nosotros es menor y la intimidad más cálida. Seguimos agarrados de las manos, uno al lado del otro. Quiero que nos besemos, quiero que nos besemos ya, en ese mismo instante. Así que no dudo más y decido ser yo la atrevida esta vez. Sé que en cuanto lo hagamos será difícil separarnos, pero no quiero esperar más. Me pongo enfrente de ti, te agarro la cara y te doy un beso. Tú respondes agarrándome por la cintura y acercándome más a ti. Y a partir de ahí todo ocurre muy deprisa. Entramos en tu casa hechos un ovillo y rodamos a tu cama. Nos desnudamos con respeto, procurando no reabrir las heridas que aún escuecen en la superficie y que ambos protegemos con temor a que vuelvan a doler. Nos compenetramos torpemente. Más que compenetración yo diría que es necesidad, anhelo por sentirnos deseados. Nos exploramos, nos descubrimos con delicadeza y entre besos y caricias alcanzamos un éxtasis reconfortante. Siento una plenitud que ya no recordaba y acompañada por el calor sofocante que desprendes, me duermo.

El insomnio no iba a darme tregua esa noche, así que me desvelo desorientada. Las luces de tu ciudad iluminan tenuemente el dormitorio y siento tu cuerpo cerca, respirando plácidamente, sin emitir ni un solo ruido. Durante unos minutos doy vueltas, me estiro, intento conciliar el sueño otra vez. Pero me invade la ansiedad de todas las noches ante la imposibilidad de conseguir dormirme. Me doy cuenta de que hace horas que no fumo, así que me levanto con cuidado de no despertarte y busco la ventana más lejana. Mientras fumo, pienso en cuánto me gusta tu ciudad, el silencio, el sonido lejano del mar. Vuelvo a la cama y me acurruco junto a ti.

'Has fumado'
'Sólo un poco'
'Te dije que no empezases a fumar'

No contesto, te paso el brazo por encima y ahora sí, consigo dormir.

No sé cuantas horas duermo, pero cuando me despierto, la luz entra de forma violenta en la habitación. Y no estás. Tu lado de la cama está frío, así que deduzco que te has levantado hace tiempo. No se oye ningún ruido en tu hogar y no me preocupo por llamarte, ya vendrás. Mientras tanto disfruto de unos minutos más en aquella cama inmensa, estirándome todo lo que puedo para comprobar que toco ambos extremos con las manos. El esfuerzo físico es en vano. Frustrada miro al techo blanco y oigo ruido de llaves y la puerta abriéndose. Me levanto y te veo ir al salón con desayuno recién hecho que acabas de comprar como si llevases años siendo un novio ejemplar. Es tan cursi. Pero lo reconozco, me encanta el detalle. Desayunamos y hablamos sin parar. Volvemos a la cama y nos desayunamos, también sin parar. Planeamos el día como si fuésemos dos personas normales que comparten su vida como cualquier otro fin de semana. Bromeamos sobre hacer la compra del mes, colgar los cuadros que llevan meses en el armario de la entrada o pasar la aspiradora.

Al final decidimos salir a la calle y me enseñas tu ciudad, me descubres tus lugares favoritos, me cuentas historias, anécdotas varias y yo te escucho atentamente. Siempre he disfrutado aprendiendo cosas nuevas. Comemos en una terraza. Hace sol, aunque en tu ciudad no da calor. Alargamos la tarde observando pasar a la gente y yo improviso historias sobre los anónimos viandantes. Me dices que siempre has sido fan de lo que cuento.

Se ha hecho de noche, han pasado tan rápido las últimas horas que me entristece pensar que sólo nos quedan menos de veinticuatro. Mientras pienso en cómo podría detener el tiempo, te levantas y me dices que nos vamos.

'¿A dónde?'
'A un concierto'
'¿Ah, sí? ¿De quién?'
'¡Ah! Ya lo verás'
'No, venga, dímelo'

Siempre me ha podido la curiosidad y no paro de repetir que me lo digas ya, ya, ya, ya mientras caminamos hacia destino desconocido. Me dices que no sea impaciente, que enseguida lo descubriré. Llegamos a un edificio en cuya planta baja hay un local cuyo nombre me resulta conocido. Y mi mente, que siempre viaja a la velocidad de la luz, adivina quién toca allí esa noche. Te abrazo fuerte, te doy uno, dos, diez besos, y contengo la emoción. Hace tiempo que decidí no sacarla tanto a relucir, me cansé de los 'relájate'. Dentro la sala está abarrotada, las luces de tonos rojos crean la intimidad adecuada y en el escenario está preparado. Cuando suena la música y las primeras letras, me olvido del mundo y sólo escucho todas esas canciones que me han acompañado durante tantos días malos, y buenos también. Cuando suena 'SPNB' trago saliva y lloro un poco, pero creo que tú no lo notas. Disfruto al máximo. Canto. Cada vez lo hago más alto. Y podría quedarme a vivir es ese instante para siempre.

Sin embargo, el concierto termina y vuelvo al mundo. Paseamos esa última noche por tu ciudad y vuelvo a hablar sin parar, dándote las gracias, recordando todas y cada una de las canciones y contándote por qué algunas son mis favoritas y por qué significan tanto para mi.

'Te vi llorar'
'Ah, sí, bueno. Un fugaz viaje al pasado. Ya no importa'
'¿Estás bien?'
'Pues claro'

Y te agarro del brazo y caminamos juntos hasta tu hogar una última vez. Odio esa sensación de últimas veces que entristece los momentos bonitos. Volvemos a ese ascensor que ya hemos hecho nuestro, y con el deseo a flor de piel nos aferramos a besos y caricias que empiezan a ser efímeros. Ya en tu hogar bebemos copas, una tras otra, intentando estirar las horas y creando resistencia para que no llegue el día, en el que todo esto terminará. No quiero pensar, dejo que todo mi cuerpo se entregue a ti evitando tener que responder a las preguntas que mi subconsciente me plantea para hacerme sentir mal. Mejor mañana. Consumimos las horas con suavidad, con delicadeza y sobre todo, con un cariño que hacía tiempo no sentía. Duermo algo, a ratos, pero hemos disfrutado tanto de la noche que el día ha llegado a toda prisa. Me levanto para tomar un café que me de serenidad y la calma que necesito para sobrellevar las últimas horas con toda la normalidad posible. No quiero dar cabida al drama que lo estropee todo. Salgo a la ventana a fumar y esta vez te asomas conmigo.

'Odio que fumes'
'Ya, pero me relaja. Y éstos sabes a limón'
cambias radicalmente de tema
'Hoy la comida la hago yo, he estado practicando'
genial, porque para ser sincera, odio la cocina y me encanta comer a mesa puesta
'Pero con una condición'
'¿Tengo que fregar?'
'No, que te quedes'

Aparto la mirada y busco el punto más infinitamente lejano al que huir, pero saltar por la ventana no es una opción, por lo que vuelvo dentro del salón mientras dejo caer un escueto 'ya, claro' evitando desde la más absoluta cobardía dar pie a iniciar esa conversación. Pongo música para romper con la tensión que se ha creado en tres segundos, y mientras tú te encierras en la cocina, me dedico a organizar el desorden creado en menos de cuarenta y ocho horas. ¿Y quieres que me quede? Porque, ¿podría? ¿Sería capaz de reconocerme que podría funcionar? ¿Que podríamos tenerlo todo allí mismo? Me entra el vértigo porque lo paso fatal pensando que tengo que ser yo quien rompa esa burbuja. Pero tiene que ser así.

Comemos en silencia lo que has preparado, y reconozco que no se te da nada mal. Sonríes con desgana, sé que ahora te arrepientes de haberme pedido que viniese.

'Sabes que no puedo'
'¿Por qué? Ni siquiera te lo has planteado'
'El acuerdo era no hacerlo. Venir y ya está'
'Pero podrías intentarlo, podría salir bien'
'¿De verdad las cosas salen bien alguna vez?'
'Criticas tanto a los cobardes y al final te has convertido en uno de ellos'
'Ya ves, la gente cambia, y cuando lo hace siempre es a peor'
'No me lo creo. Tú nunca te dejarías a ti misma cambiar a algo peor'
'Lo siento, de verdad. Pero tiene que ser así'
'Tiene, ¿no?'

Y zanjas la conversación levantándote de la mesa y recogiendo con desgana. Yo te ayudo sin hablar más y al acabar nos sentamos en el sofá y envolvemos con la manta las últimas horas juntos. Me muero de ganas por quedarme, por convertir aquello en otro día normal. Pero mi lado malo grita descosido que huya, que ese no era el plan. Y como llevo tiempo arrastrándome por él, me levanto y voy a por mi maleta.

'Bueno, me voy'
'Ya... Te acompaño abajo'
'Puedo yo sola'
'No seas tan dura, deja que me despida'

Odio, odio con todas mis fuerzas las despedidas incómodas y totalmente innecesarias. Si fuese por mí, saltaría por la ventana con un hasta mañana y no miraría atrás. Pero te empeñas tanto en acompañarme que hasta te dejo llevarme la maleta. Nos abrazamos una última vez en aquel ascensor y te doy las gracias con un beso, por haberme hecho feliz.

Volvemos al punto de inicio, a tu calle, en tu cuidad, cerca de tu hogar. Y me invade una pena tremenda por separarme de ti, otra vez.

'Piénsatelo, al menos inténtalo. Quiero creer que conseguirás darte cuenta de que te...'
'Lo pensaré, aunque no se cuando'
'Bueno, ahora ya sabes donde vivo'
'Sí, número tres-cuatro-siete. No creo que lo olvide'

Y nos damos un último beso, el mejor de todo. Nos separamos y deshago mis propios pasos. Sé que estás esperando a que me de la vuelta, a que me quede. Tengo que irme. Acelero. Pero pienso sin parar en lo que me has dicho sobre los cobardes y en que me has incluido en ese club de perdedores. Me niego a pensar que he sido desterrada a ese siniestro lugar. Yo pertenezco desde siempre al mundo de los valiente, de los que van con la cabeza bien alta.

Mientras desdoblo la esquina de tu calle, allí donde empezó todo, suena un pitido en mi teléfono.

00 horas 00 minutos 00 segundos
Tiempo agotado

'48 horas
las mejores que he vivido'

Escribiendo...
Restart?