sábado, marzo 11, 2017

entrada número veinticuatro

Mi abuela era lo más. 

No era la típica abuela. No sabía cocinar, ni nos hacía bizcochos o tartas de limón. No nos daba la razón ni nos consentía los caprichos. Nos reñía y nos prohibía ver pornografía por las noches. Lo primero que hacía por las mañanas era revolverle el café a Padre, y lo defendía más que a su propia hija. Si no me acababa el zumo, ya se lo bebía ella. Mezclaba sopa con patatas y comía por dos. 

Mi abuela no era la típica abuela de cuento que vivía en su casita. Era maestra, de las de antes, de las de escuela. Y enseñaba con esmero. Con dos años me enseñó las horas del reloj de Mickey Mouse. Con tres años ya leía, gracias a ella, y no cualquier cosa. Me enseñaba poesía, de Gloria Fuertes. Leíamos 'Los Cinco' y sobre todo, teatro. Ella leía un personaje y Hermana y yo los más chulos. 

Te hacía siempre compañía. Jugábamos al parchís, a la brisca y a la escoba. Un verano intentó enseñarme punto de cruz, pero el don solo lo tenía ella. Nos llevaba de paseo, aguantaba nuestras quejas y nos recompensaba con hamburguesas. Y por las noches nos ponía de pixín hasta que se nos saliese por las orejas. 

Se reía mucho, siempre con la je. Le gustaba llevar la contraria y opinar de lo que no sabía, sobre todo de fútbol. Hablaba con cualquier concursante de la tele y siempre nos llamaba vida.

Mi abuela no sería la típica abuela poseedora de una gran fortuna, pero las propinas nos las daba, en bolsitas de detergente y en monedas de dos euros. Y las pagas de verdad en sobres blancos con nuestros nombres escritos con perfecta caligrafía. Aún conservo en mi cajón el último que me pudo dar. 

Leía el periódico por las tardes con tremendo interés, le flipaban las esquelas, y entre telenovela y telenovela se hacía los crucigramas con increíble destreza. Luego nos decía que nosotras no teníamos ni idea, que leyésemos más, '¿no sois tan listas, jeje?'

Poco faltó para que en Gijón le hiciesen entrega de la medalla al reciclaje. Ahora, cuando se me pierde un botón del abrigo, ya nadie me lo cose. La factura del móvil me la tengo que pagar yo y el zumo, me lo bebo entero. 

Mi abuela no sería la típica abuela, pero nos enseñaba, siempre, hasta el final. Sobre todo a que fuésemos buenas personas, como lo fue ella.

Hoy todos la echamos de menos.

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