sábado, diciembre 31, 2016

entrada número siete


Por fin te acabas dos mil dieciséis. Pero aunque pienses lo contrario, no te pienso olvidar, porque tú, precisamente tú, me has enseñado mucho. Es una pena que haya sido a base de bofetadas una tras otra, pero 'dicen que se aprende a golpes con dolor'. Y yo he recibido muchos golpes este año. Hasta que me cansé, y decidí empezar a darlos yo (literal, me apunté a boxeo y ahora dosifico la violencia que tengo en el interior dando puñetazos a un saco más grande que yo).

Como soy una persona lista, hago esfuerzos por transformar todas esas cosas tan desagradables en recuerdos que dejar atrás. Los peores los busco y rebusco entre la basura, sé perfectamente cuáles son, los meto en bolsas negras de diez litros y los saco por la puerta de atrás. Dejo las bolsas apoyadas contra el contenedor, les doy una patada y que sea lo que dios quiera. Ahí os quedáis. Tengo suerte de tener una memoria selectiva y mucha mala leche.

Pero todo esto iba de lo que el dos mil dieciséis me ha enseñado. Imposible hacer un balance ordenado de menos a más y esas cosas, porque en mi cabeza las ideas se van atropellando unas a otras y todo es muy caótico. Ha habido de todo este año. Mi cabeza era una mezcla de pensamientos que se iban pisoteando unos a otros para ver quién podía más. Los destructivos empujaban hasta el fondo, llevándose todo lo que pillaban por delante; los tristes viajaban sin rumbo, tratando de esquivar los recuerdos; los más cobardes se quedaban quietos, estorbando, frenando el funcionamiento de todo lo demás. Pero luego estaban los pensamientos felices, dispersos, lejos unos de otros, intentando encontrar un hilo conductor que los llevase a todos juntos de la mano, pisando con fuerza, derrotando todo lo anterior. 

Encontré ese hilo conductor, era yo misma, mi fuerza de voluntad, mis ganas, la energía que a veces no sabes de dónde sacar. Gracias a ello, los pensamientos felices empezaron a crear bulto en mi cabeza, se fueron uniendo y haciéndose fuertes. Y fueron aplastando lo malo, aunque no todo. Es importante que haya siempre un equilibrio, y de eso hay que ser consciente siempre.

Todo esto me ha permitido en esta etapa final del dos mil dieciséis abrir los ojos y mirar hacia afuera. Ya me había dado cuenta de que la gente te decepciona y que aquellos que creías buenos solo camuflaban ser el auténtico demonio con una piel de cordero muy suave y muy blanca. Pero lo verdaderamente interesante está en aquellas personas que te sorprenden para bien. Suelo prejuzgar, y mucho. Suelo pensar que alguien ya no me va a caer bien si no me ha entrado de buenas a la primera. Muchas veces acierto y me reafirmo. Pero cómo me gusta cuando me equivoco y descubro que alguien no era como yo pensaba, sino mucho mejor! Y es que la gente no solo te sorprende para mal, gracias a dios.

Como te decía al principio, creo que te recordaré siempre. Será fácil identificarte como el año en que 'me pasó esto'. O no, a lo mejor te olvido más rápido de lo que pienso. A lo mejor el dos mil diecisiete me pilla desprevenida y me abruma con tantas cosas buenas que tú te convertirás en algo difuso y casi invisible. Ojalá. De momento, quiero ser consciente de que has existido. Quería pensar durante estos últimos días antes de que te acabes, que cuando sonasen esta noche las doce campanadas te esfumarías de golpe, desaparecerías y empezaría el nuevo año como si no hubieses sido más que un mal sueño. Pero como mañana la vida seguirá su curso cambie o no cambie el año, te llevaré cargadito a la espalda, pero no pensaré /mucho/ en ti. Y digo /mucho/ porque sorprendentemente también me has dado motivos para estar contenta.

Sí, porque gracias a ti, sé que he acertado. No me equivoqué cuando quise estudiar arquitectura. No me equivoqué cuando tuve dudas y aún así seguí adelante. No me equivoqué a pesar del esfuerzo, de sacrificar horas de diversión o de no haber tenido la mejor vida universitaria. Porque todo eso se ha visto recompensado este año. No sé que me deparará la vida profesional, pero estoy dispuesta a seguir esforzándome siempre, a aprender de todo y de todos los que me rodean en mi trabajo. Creo que estoy en el lugar en el que tengo que estar, y eso resulta reconfortante y tranquilizador. Al final nuestra profesión nos va a acompañar toda nuestra vida y es quien nos hace ser quien somos, y si no estamos en paz ahora, desde el principio, no creo que lo podamos estar nunca. Leía hace poco en un tuit que 'Si no puedes hacer lo que quieres, trata de querer lo que haces' es de perdedores conformistas; creo que no sentirme identificada con ello es lo mejor que me ha podido dar este año.

Tengo todas mis esperanzas puestas en el dos mil diecisiete. Sin dudar. Tiene que ser un buen año seguro. No se me da muy bien lo de hacer lista de propósitos para el nuevo año, además me parece un poco ñoñote y probablemente no acabe cumpliendo nada. Pero sí me gustaría tener algunas cosas en cuenta, dejarlas aquí plasmadas por si dentro de un año he olvidado todo esto y me apetece volver a este rincón y ver qué pensaba por aquel entonces. 

Con el frío que entra siempre por la ventana de mi habitación, lo primero que se me pasa por la cabeza es aislarme. Pero no aislarme del mundo, de la gente buena y de las cosas buenas. Sino precisamente, aislarme de aquello que te hiela la sangre, que te pone muy nerviosa y te hace temblar de miedo o de yo que sé. Protegeré bien todos los huecos, taparé grietas y fisuras, dejaré curadas todas las heridas para que no vuelvan a infectarse. Me aislaré bien para conservar el calor cuando sienta frío, o para sentir frescura cuando todo se esté incendiando fuera. Abriré las ventanas si me apetece y cuando me apetezca, para ventilar un poco cada vez que me sienta recargada. Si entra demasiado el frío, cerraré rápido y volveré al confort, allí donde te sientes a gusto de verdad. Estaré alerta, porque si algo he aprendido trabajando es que los aislantes no son fiables en un ciento por ciento. Puedes protegerte del agua con una buena impermeabilización pero la gota es muy puñetera, porque es paciente pero insistente. Golpea en el mismo punto y puede hacerlo de forma silenciosa, pero continua. Se va haciendo fuerte y joder, acaba entrando. Y puede hacerlo después de años dando por saco en algún lugar que tú ignoras. Así que ojito, que nunca sabes cuando puede aparecer esa gota de los collons. Al menos tiene fácil solución, la secas, tapas el agujero por el que se coló y ala.

Ojalá tener menos ojeras en dos mil diecisiete. Eso significaría que duermo como una persona normal y me acuesto a horas decentes. Me da que voy a ir a peor. Una persona a la que admiro enormemente, dice que las grandes mentes (como la suya) no deben dormir más de cinco horas al día porque estarían perdiendo el tiempo. Conciliar el sueño y dormir plácidamente me supone un esfuerzo la mayoría de los días, porque voy a doscientos por hora y no hay quien le ponga freno a mi cabeza. Mi mente no descansa, por eso este año, si voy a estar más despierta que dormida, voy a intentar invertir esas horas en cosas que me resulten útiles. Leo mucha poesía, me he vuelto una intelectual pedante creyéndome mejor por ello, pero que no, de verdad, que me ayuda a calmar mis pensamientos y me hace querer escribir más tonterías. Bueno, cada uno encuentra placer en lo que puede.

Espero abrazar más. Me encanta la gente que abraza de verdad. No en plan ¡ay qué asco! Los abrazos fuertes que duran los segundos exactos y que te reconcilian con todo. Aunque me he dado cuenta de que la gente de mi edad no abraza. Los jodidos millenials, cuánta tibieza les corroe. Pues a mi me encanta abrazar, ir a dar dos besos a alguien y de repente ¡ey, te pillé! A ver si también me pillan a mi despistada de vez en cuando y me abrazan más.

Hablando de abrazar, abrazaré más a la botella de vino. Me encantaría beber más vino y saber más de vinos, porque mira, bebo muy variado y no tengo ni idea de diferenciar unas cosas de otras y yo lo de poner cara de póker y decir ajá, lo llevo muy mal. Los arquitectos tenemos que saber un poco de todo, y yo encima que soy muy curiosa, quiero saber más de vinos.

Voy a intentar ser más rubia y menos tonta. Menos crédula. Me gusta esto del cambio de look. Bye al rizo, sí al rubio, no al patriarcado.

Quiero ahorrar, eso nunca me ha costado mucho. No soy tacaña, pero sí sé dosificar. Quiero ahorrar porque quiero poder hacer el Máster de mis sueños, que me lleve a hacer el trabajo de mis sueños y por qué no, vivir en la ciudad de mis sueños. No, en serio, que lo he soñado y ha sido premonitorio. Pero como no sé si será abarcar mucho para el dos mil diecisiete, empezaré por lo de ahorrar y ya que todo fluya.

Ya está, conseguido.

He sobrevivido al jodido dos mil dieciséis, 
                 sigo viva 
                
                        y no tengo miedo.





miércoles, diciembre 28, 2016

entrada número seis

No son tan mayores, pero llevan cincuenta años juntos aunque de forma intermitente. Todas las semanas viajan en la Línea 10 del Metro para visitar al oncólogo. Él se muere. Y ella lo sabe y, es más, lo desea. Hasta le parece irónico darle la razón cuando comentan a la vuelta que hoy el tratamiento parece que le ha sentado bien y que se aproximan días buenos. Ella en su interior desea que sufra, que se apague lentamente y con dolor y que dependa solo y exclusivamente de ella. Es su plato frío de venganza, llega con años de retraso.

Todas las mañanas, mientras espera sentada a su lado a que la quimio le recorra su patético cuerpo, recuerda aquel mil novecientos sesenta y ocho, el año en que ella sola decidió dejar de luchar y se destruyó la vida. Recostada en la incómoda butaca marrón, cierra los ojos y se abstrae del triste mundo que la rodea.

Ocho años de noviazgo parecen poco en comparación a los cincuenta que finalmente llevan compartidos. La suya empezó como cualquier otra relación sana. Dos jovencitos con todo por hacer y con necesidad de no hacerlo solos. Compaginaban a la perfección, lo compartían todo, creo que hasta se querían, si me vengo muy arriba puede que hasta se amasen. Pero es bien sabido que cuando practicas algo con intensidad, acabas flaqueando y te cansas. Abandonas. Era fácil adivinar quién iba a ser el primero en renunciar.

Él abandonó la trinchera en la que vivieron tanto tiempo y salió al mundo buscando algo mejor y creyendo que nunca miraría atrás. Se fue de forma tan acelerada que ni siquiera quiso ser consciente de los destrozos que dejaba tras él. Total, ni le importaba ni volvería a por ellos. Estaba seguro /o eso creía él, aún no se había dado cuenta de que no era alguien con una gran personalidad/.

Su huída rebotó en ella como un rayo partiéndola por la mitad. Y es en ese momento cuando ella recuerda su vida con más orgullo. Él se había ido para siempre, casi no llegaba ninguna señal de vida por su parte. Con esfuerzo y dedicación, se curó. Le costó mucho sacrificio, muchas horas empleadas en pensar en qué invertiría su vida. Así, con tiempo, poco a poco, dando pasitos, empezó la que sería la mejor época de su vida. No lo supo en ese momento. Tuvo que ser después, cuando él volvió (no estaba tan claro que lo haría) para terminar de cortarle las alas, cuando se dio cuenta de que aquellos años habían sido los mejores de su vida, sola, libre, independiente. Se marcó objetivos y sin prisa, sin depender de nada ni de nadie, los fue alcanzando. Supo explotar su creatividad, su rabia, sus inquietudes, su alegría, sus miedos, los placeres ocultos, se divirtió, se enamoró cada día y más de seis veces, conoció el mundo, cantó, bailó, lloró muchas veces bajo las sábanas y no le importó. Sufrió alguna pérdida más, dio muchos abrazos, frunció menos el ceño y se hizo más la despistada. A veces recordó, pensó en él, quiso buscarlo pero desistió. Se había cansado de su vida anterior. Se hizo grande ante la mediocridad, pisoteó la simpleza y rellenó el vacío con sus vivencias. Ella, libre. Ella, mujer. Segura de sí misma, era feliz ....
...
Hasta que volvió. Él volvió. Y de la misma forma en que se había ido, llevándoselo todo por delante. Destrozó todo lo que ella había construido durante su ausencia. Le dio igual toda la resistencia que ella opuso. Cualquier contención sucumbió a su insistencia por volver. Se había dado cuenta de que fuera nada era comparable a lo que habían vivido los dos en su trinchera. Había vivido una felicidad efímera, instantánea, que se había evaporado tras la excitación inicial. Y ahora quería volver al hogar. A su hogar, quería recuperar lo mejor de ella.

Y su vuelta la atropelló. Y aquí está, cuarenta años después otro día más en el vagón de metro. Me gusta sentarme a su lado porque sabe cuando estoy triste y pensativa. Esas mañanas me agarra el brazo, me aprieta fuerte y me dice bajito: Niña, tú sé más fuerte que yo.

sábado, diciembre 24, 2016

entrada número cinco


24 de diciembre de 2016

Hay que hablar de la Navidad. Yo la odio, igual que odio otras doscientas mil cosas en la vida. Odiar es un poco jevi. La aborrezco, me espanta. Pero como no soy una de esas haters que odian por odiar, voy a intentar explicar por qué me provoca este atragantamiento todos los puñeteros años. 

En primer lugar, porque todos los puñeteros años se repite exactamente lo mismo; que si la iluminación de las ciudades, que cada año empieza con más antelación y es más hortera si cabe (las 'palmeras' de Serrano /en realidad son dientes de león, pero me fue imposible descifrarlo sin ayuda/ o la mierda de árboles navideños que colocan en las plazas de Madrid, como el de Colón, que este año tiene delito, transmite cero 'espíritu navideño' (tela marinera) y encima muchos días que paso por delante está apagado, guay); que si el estrés de los regalos, la lotería, ¿qué cenamos en Nochebuena?, yo me voy al pueblo, ¿sales en fin de año?, yo tengo vacaciones del veintitrés al dos, a mi no me dan ni el aguinaldo, en mi cesta de empresa me ha tocado un jamón, a mi me hace ilusión porque nos juntamos toda la familia, que caigan las fiestas en fin de semana es una putada ... ............................... ....... . ....

¿Cuál es el factor común en todo esto? Sí, la gente, que como en casi todas las cosas que no soporto, es la protagonista. La gente agota. Y por eso no puedo con la Navidad, por la hipocresía, por la gente que se 'esfuerza' más en Navidad que el resto del año. ¿Has sido mala personita en algún momento del año, pero ahora, veinticuatro-veinticinco de diciembre disimulas y le deseas a los demás felicidad y cosas buenas? No lo entiendo. ¿Por qué no puedes desearle a los demás la felicidad un diecisiete de junio, por ejemplo? O ¿por qué le deseas justo hoy la felicidad a alguien por quien no te has preocupado durante el resto del año? Y empiezas a recibir mensajes sin sentido ninguno, totalmente vacíos y prescindibles que encima te hacen sentir obligado a responder desde la más absoluta impersonalidad porque sino eres tú la mala personita. Es agotador. 

Y encima la forma de felicitar: ¡Feliz Navidad! Vamos a ver, desear eso es acotar la felicidad a algo muy breve. 'Disfruta hoy y mañana, porque es lo que toca, ya el día veintiséis que te den, que yo he cumplido con mi buen acto y te he perdonado la vida estos dos días'. ¿En serio? Esto debería de cambiar, porque yo cada vez que me dicen Feliz Navidad y tengo que contestar con lo mismo, me siento la persona más falsa de la Tierra. Por eso me gustaría que se felicitase a la gente de dos formas. A las buenas personas, a las que respetas y te quieren, les desearía una 'feliz vida', porque me nace del corazón que les pasen cosas buenas hoy y siempre, no sólo durante cuarenta y ocho horas en las que la gente está demasiado excitada queriendo sin sentido. Y a las personas malas, que no se han portado bien contigo, que te han hecho daño y no se han arrepentido, les desearía 'buena suerte'. Esta gentuza la va a necesitar, y tú estarás siendo generoso, así que todo bien.

En mi casa la Nochebuena y Navidad nunca han sido super especiales. No suponen un momento de regocijo y lazos familiares como en otras casas, donde por una noche se reúnen familias enteras que han pasado los unos de los otros durante el resto del año. Esto no siempre es así, ¡eh! También hay familias que se reúnen y se quieren el resto del año. Pero no sé por qué me da que el nivel de exaltación navideña es directamente proporcional a lo que hayas pasado de tu familia el resto del año. Y son a esas personas a las que precisamente hoy y mañana les da un repelús navideño y quieren mucho a sus familias de repente. ¿Y el resto del año qué? ¿Te has preocupado por ellos TODOS los días? ¿Les has aguantado para lo bueno y para lo malo? ¿Les has ayudado, te has reído con ellos o has llorado? ¿Les has escuchado, aguantado o mandado a la mierda y después has pedido perdón? Si es que sí, entonces no entiendo por qué hoy hay que forzarlo más de la cuenta. Y si es que no, ya se que nadie lo va a reconocer abiertamente, pero se ve a leguas quien da el perfil. 

No sé, probablemente esté exagerando y esté siendo una intensa con este tema, pero es que de verdad, no me gusta. No me gusta ver comportamientos hipócritas a mi alrededor. Por suerte este año está siendo un poco diferente y creo que estoy disfrutando un poco más dejándome llevar. Convivo con mi familia todos los días del año, nos enfadamos y nos reímos, nos ayudamos y nos soportamos y hoy no va a ser ni más ni menos. 

Así que conviene mantenerse lejos a aquellos que dan lecciones navideñas sin fundamento, de aquellos que feliciten las fiestas de forma impersonal y vacía, no tienen sentido. Hay que abrazarse a los que nos quieren, abrazarse a los buenos momentos, abrazarse a nuestros perros o a la botella de vino tinto. Pero abrazarse. No hay nada mejor que un abrazo fuerte y de verdad, con cariño, que no irá acompañado de ningún 'feliz navidad' de mierda, porque quien te lo da de verdad de la buena no querrá para ti una felicidad temporal. La querrá constante, querrá verla y disfrutarla contigo, y a esas, SOLO A ESAS, hay que devolverles el abrazo y desearles feliz vida desde lo más profundo del corazón.

domingo, diciembre 18, 2016

entrada número cuatro


Hace un mes escribía esto. Lo he vuelto a leer y me ha gustado.

19 de noviembre de 2016

Aquel uno de noviembre de dos mil dieciséis pude escuchar cómo se rompía el último trozo de los dos mil setecientos cincuenta y seis que completaban mi corazón. Eso de que se nos parte de golpe es una mentira absoluta. 

El primero se cayó un veintitrés de abril, sin previo aviso, ¡pum! Ay... duele. Un pequeño agujero se acababa de formar y empezaron a entrar las tinieblas.

Así empezó la debacle. Día a día, palabra a palabra suya, se iban separando los pedazos. Su indiferencia aceleró el proceso y cuando me quise dar cuenta sólo quedaban unos pocos. Hasta que asestó el zarpazo final y ¡zas!, ya no quedó nada. Restos de mi corazón desperdigados por vete tú a saber dónde. ¿Cómo iba a poder controlar yo cuándo y dónde los estaba perdiendo?

Totalmente rota y dolorida me pregunté que cómo iba a vivir yo sin un corazón. Eso era imposible, no sobreviviría ni un día.

En realidad sobreviví cinco días sin él. No creo que sea ningún récord. Sólo digo que es posible, pero que al quinto día tuve miedo. Miedo a no ser capaz de vivir ni un día más con ese vacío en el pecho. Tenía que hacer algo. Era necesario re-construir.

Así que me tiré al suelo y empecé a buscar desesperadamente mis añicos. Allí cerca estaban los últimos pedazos que había perdido, se habían encontrado y se habían pegado tanto que me pareció ver que latían. Los cogí con tanta fuerza que me hice unos rasguños y sangré. Pero era mi corazón, era MÍO, no podía dejar que me hiciese daño a mi misma. Así que a pesar de todo lo que me escocía lo coloqué en su sitio. ¡Qué pequeño era! ¡Cuánto espacio faltaba alrededor! ¿Cómo iba a completarlo? La mayoría de las piezas no sabía ni dónde podían estar, ni quería saberlo. Probablemente ya no encajarían con el resto.

Entonces me propuse un reto. YO iba a construir un nuevo corazón. YO diseñaría las piezas. YO haría que encajasen con las pocas que habían quedado. Y YO haría que mi corazón fuese completándose de nuevo.

Han pasado casi veinte días y puedo sentir algo más fuerte el latido. Los primeros trozos, como las primeras ideas de un nuevo proyecto, son los más difíciles de pegar. Se sueltan, no encajan. A veces los deshecho y busco otros nuevos. Lo hago con desesperación, quiero sentir que mi corazón está ya completo, pero a veces se enfada y me dice que vaya despacio, que seleccione bien, que no todo vale. Y yo le escucho, aunque haya sido reducido a la nada
    nunca
           jamás
           me ha fallado.


(inspirado mientras escucho 'mil pedazos' de C.Rosenvinge)

martes, diciembre 13, 2016

entrada número tres

Alonso Martínez
20.00 horas
Andén con dirección Puerta del Sur de la Línea 10 del Metro de Madrid.

Como cada día laboral, espero apoyada contra la pared, enfrascada en alguna historia pero mirando de reojo por si aparece. No siempre lo veo, pero hoy he tenido suerte. Miro hacia la izquierda y ahí está. Puedo adivinar qué tal se encuentra hoy, si ha sido un día complicado en el trabajo o si no ha tomado suficiente café y solo piensa en llegar a la cama. Sé todo de él. Me gusta llamarle el viejoven.

Viaja siempre acompañado. Hasta Plaza de España hace como que escucha las quejas de su compañero. Es más alto que él, pero tiene menos porte. Visten los dos de traje, un uniforme impersonal propio de un despacho de abogados totalmente entregados a los concursos de acreedores. Puede sonar mediocre, pero el viejoven guarda historia. Lo veo en su ropa. El traje es sobrio y anticuado, aburrido. Pero las corbatas de animales exóticos (desde pingüinos a tucanes) son las que hicieron que me fijase en él. Vale, y la barba. Pelirroja y frondosa, de hipster. Es super pálido y siempre tiene cara de pena. Debe de ser de esos que llevan la 'tristeza siempre ahí, escondida poniéndose guapa'. Su compañero se baja y él comparte vagón conmigo hasta Colonia Jardín. Es durante esas cinco paradas cuando más fuerte se agarra a su maletín, y yo no paro de preguntarme que qué guarda ahí dentro que parece tan valioso para él.

Con el tiempo descubro toda su historia. Vive en Colonia de Los Ángeles, cerca del ambulatorio, con su tía, que es quien le enseñó a planchar las camisas, y dos tortugas. Sabía que no era de Madrid, pero aún no tengo claro dónde nació. Sus padres viven en el Barco de Valdeorras y regentan la tienda de ultramarinos que abastece a ese y tres pueblos más. Hace ocho años nació su hermana, él la llama Maruxiña. Creo que tiene algún problema de salud, pero todavía es pronto para saberlo. Prefiero centrarme en averiguar qué lleva en el maletín. 

Un diez de noviembre, la suerte se pone de mi lado y sin darse cuenta, deja entreabierto el maletín y puedo ver una estilográfica sujeta, con mucho cuidado, a una de las solapas. Es azul, y tiene un borde plateado. El viejoven es un escritor de guiones frustrado. Dentro del maletín también hay un cuaderno, pero está vacío y prácticamente nuevo. Lo lleva siempre consigo, por si le llega la inspiración y empieza a escribir /algo/, pero nunca ocurre. Sin embargo, sabe que es su sueño, es su futuro, por eso cuida mucho el material de escritura y lo lleva siempre cerca de él. Dejarlos fuera del maletín significaría afrontar su fracaso, y se niega a asumir que la vida lo ha derrotado. La realidad es que nunca ha conseguido terminar ningún guión. Los empezó todos mientras estudiaba derecho, cuando compartía historias con su novia de entonces. Pero ella lo dejó, lo abandonó, y desde entonces no ha sido capaz de llenar ninguna página.

Muchos días me pregunto si me mira, si él también se ha fijado en mi e intenta averiguar mi historia. La semana pasada creo que se dió cuenta de que tenemos el mismo móvil y la misma funda. No creo que sea el destino ni tampoco es una gran casualidad, pero hoy, por primera vez, le he visto escribir en su cuaderno.

Madrid. 13dic2016


domingo, diciembre 11, 2016

entrada número dos


Hoy voy a hablar sobre la mentira, sin anestesia. Es que así ya me lo quito de encima y a otra cosa. Ha sido un tema recurrente para mi este 2016, pero no algo novedoso. Ya había oído hablar algo del perfecto mentiroso allá por abril-mayo de 2015. Empezaba yo, ingenua de mí, a familiarizarme con este tema tan desagradable sin ser consciente de la que se me venía encima.

2016 trajo la confirmación de que los mentirosos están en todas partes y ¡¡mucho más cerca de lo que puedas pensar!! Tan, tan cerca de ti, que convives muchos años con ellos totalmente ajena a la realidad hasta que un buen día se despistan, se les cae la máscara y acabas de descubrir al perfecto mentiroso. Será un momento inolvidable.

Desde entonces he intentado recoger la máxima información posible para hacer un retrato robot del perfecto mentiroso y ayudar al género humano a huir de estos personajillos que se presentan en tu vida con piel de cordero y que con el tiempo descubres que tenían cuernos y rabo, pero muy bien escondidos.

El perfecto mentiroso es un concepto. No es ni un hombre ni una mujer. Es un ente que dispara con una excelente puntería al centro de tu alma. Cuando te abra el primer agujero te va a doler más que todos los que vengan después. Sé fuerte, porque vas a notar como de pronto muchos sentimientos de malestar y dolor se van a ir filtrando a la velocidad de la luz muy dentro de ti. Van a calar hasta el fondo y va a ser muy muy chungo. Hablo desde la experiencia, sino me quedaría sentadita y calladita sin meterme donde no me llaman. 

Los perfectos mentirosos no van a reconocerse como tales. Porque, seamos claros, todos mentimos. Todos decimos mentirijillas piadosas en nuestro día a día, ¡qué bueno está esto!, ¡qué bien te queda ese jersey!, ¡sí, sí, en cinco minutos estoy ahí! En fin, lo típico. Son mentiras que, en principio, no hacen daño, no faltan al respeto a nadie y que todos podemos soportar. 

Los perfectos mentirosos no utilizan estas técnicas. Sus mentiras son hirientes, son intencionadas porque son conscientes de que, si dijesen la verdad, van a joder al receptor y que ellos van a quedar mal. Vienen acompañadas de otra cosa que me apasiona, la cobardía. Los perfectos mentirosos son super cobardes. Piensan que obviando la realidad van a evitar el conflicto y van a salirse con la suya. Piensan que si no dicen la verdad, es mejor para todos y que van a dormir todos los días con la conciencia tranquila y, además, van a tener pase directo al cielo de las buenas personas que nunca hacen nada malo. Y se sirven de un arma muy potente para defenderse, las excusas de mierda. Las hay para todos los gustos y cada cual más histriónica. Porque si de algo se caracteriza un perfecto mentiroso es de tener una imaginación desbordante que le permite inventarse las excusas más alucinantes para que tú, pobre idiota de ti, te las creas y sigas viviendo en los mundos de yupi otro ratito más. Como dice el buen refranero español, 'se descubre antes a un mentiroso que a un cojo' y como desprenden un olor a podrido desde la distancia, los acabas pillando. 

Entonces aparece otro sentimiento que ha sido muy recurrente este 2016, la decepción. Nunca me había sentido tan decepcionada como este año. Sí, podía haber experimentado alguna vez algún fracaso, alguna pérdida un poco más importante que me hubiese hecho sentir mucha rabia, pero no la decepción real que sentí este año. La decepción es muy jodida de digerir porque viene acompañada de desconcierto, de pérdida de fe y confianza, sobre todo en ti mismo. Pero cómo tú, que te consideras una persona inteligente, selectiva con las personas, que no confía en cualquiera, has podido caer en esta trampa. Cómo es posible que hayas bajado tanto la guardia como para dejarte golpear de pleno en toda la cara. Y te sientes gilipollas. Por confiar en alguien a quien le ha importado menos diez herirte en lo más hondo, que ha arrasado con todo dejando daños colaterales por todas partes. Y para colmo, te ha soltado tantas excusas que han hecho que te hayas preocupado innecesariamente, que hayas perdido tu tiempo intentando buscar soluciones a algo que no existía, que era un invento del perfecto mentiroso. Pues bueno, te jodes y aprendes a superarlo. 

Con el tiempo y muchos cabezazos contra la pared, acabas asumiendo que la persona en cuestión era estúpida. Te preguntarás mil veces que cómo es posible que se pueda ir a dormir todos los días con la conciencia tranquila, que seguro que se arrepiente, que pronto te pedirá perdón por haberte tratado así. Eso no ocurrirá nunca, porque el perfecto mentiroso no es consciente de que lo es, por lo tanto en su cabeza todo está okey o utilizarán una frase que me pone los pelos de punta: lo hecho, hecho está. Claro que está hecho, pero de pena, penita, pena. A ti te toca vivir con ello y olvidarlo, luchar por dejar de pensar que la culpa ha sido tuya, que algo habrás hecho para merecerlo. Dejar de torturarse es difícil, pero se acaba consiguiendo. No es que lo superes, sino que acabas aprendiendo a vivir con ello porque eres una persona lista. Dejas de esperar recibir esas disculpas, porque ya ni las quieres ni las necesitas. Y que nunca lleguen, porque de sobra sabes que no las vas a aceptar. Es el riesgo de pedir perdón, que como precisamente lo estás pidiendo, puede que no te lo concedan. Te empiezas a hacer más fuerte, pero tristemente, más desconfiada. Sabes que la gente puede ser mala, y que el zarpazo puede llegar desde cualquier punto cardinal, incluso de la persona que más querías. 

Por suerte, no todo el mundo es así, y hay personas que son constantes en tu vida y que no desean hacerte daño. Agárrate fuerte a ellas y sigue caminando, ni de coña mires atrás. El mundo es enorme y está lleno de gente, de posibilidades, y seguro que por ahí fuera hay muchas personas que están dispuestas a valorar todo lo que les puedas ofrecer. 

Y no te fíes nunca de aquellos que te digan que 'te quieren mucho'. No me quieras tanto y quiéreme mejor.

p.d. Todo esto es aplicable al amor, a la amistad e incluso hasta al peluquero que te hace un destrozo y al mirarte al espejo te dice que has quedado fantástica.




entrada número uno


Mientras escucho 'La Cuenta Atrás', decido empezar esto, que básicamente no es nada, absolutamente nada pretencioso. Siempre me ha gustado la frase de esta canción 'viviré para contar qué rayos hago aquí. yo jamás imaginé que el mundo fuera así. soy consciente de que aquí no hay nadie con moral. despegaré-me largaré-a otro lugar.' Pues eso.

Pienso mucho, a todas horas, todos los días. Cuando voy en el metro y miro fijamente a la gente, totalmente derrotados yendo o volviendo del trabajo. Me quedo fascinada pensando en cuales serán sus historias y en que tengo que imaginármelas porque nadie me las va a contar. Y me quedo pensando en si alguien me mirará a mí e intentará averiguar cuál es la mía. ¿Tengo historia? La tengo, lo que no sé es si será lo suficientemente jugosa como para contársela a alguien y que preste atención hasta que yo decida dónde poner el punto final. Me da igual. Si algo he aprendido este último año (gracias 2016), es que todo me da igual. Bueno un momento, me explico. No todo. Todo no vale. Me da igual todo aquello que no sume y que me obligue a no ser yo misma. Me da igual todo aquello que implique una actitud de 'palo metido por el culo'. Cada vez hay más gente así, hablas con ellos y coño! mira cómo asoma el palo por la garganta, lo sabía. Me da igual mucha gente, la que te hace daño, la que te miente, la que piensa antes en su bienestar que en el de los que /supuestamente/ quieren. Hace poco veía un video en el que precisamente hablaban del sentido de la vida, de buscar la felicidad para los demás antes que para uno mismo. Los egoístas dirán que no, que primero va uno mismo y luego ya, si eso, si no se me complica mucho la vida, los demás. Yo no sé si puedo afirmar que antepongo la felicidad de los demás a la mía, supongo que no, pero desde luego evito a toda costa hacer infelices a los que me importan. Por eso todo me da igual, porque si me vas a causar infelicidad, tomo el camino opuesto y no miro hacia atrás. Se acabó. Y así vivo mucho más tranquila.

Esto no es un royo de 'año nuevo-vida nueva' porque me pone de los fuckin (no tengo claro si decir palabrotas aquí, porque últimamente digo más de la cuenta y estoy haciendo esfuerzos por evitarlo) nervios. Esa actitud 'cuqui-positivista' de 'melenas al viento-a vivir el momento' y mierdas varias me dan ganas de estampar puños contra paredes. Hago esto porque me da la gana. Lo hago para mí, para poder leer dentro de unos años lo que escribía, decir 'mira que guay estás ahora! mira todo lo que has peleado y todo con lo que has sido recompensada!' y sentirme satisfecha conmigo misma. Así que me da totalmente igual si esto lo lee alguien y piensa 'que imbécil es', si cree que me puede juzgar/conocer por lo que aquí pueda poner o si se siente identificado conmigo. Porque no sé si mañana me aburriré y borraré todo esto, si escribiré todos los días (lo dudo, porque no todos los días se tienen pensamientos trascendentales y reveladores) o si llegaré a publicar mis apasionantes memorias. Probablemente todo lo que aparezca por aquí será un completo sinsentido, un vómito de frases incoherentes y mal escritas que necesite soltar cuando tenga la mirada puesta en algún objetivo, escondida detrás de mi trinchera. Seré /rotundamente yo/ los días que me levante con el ánimo suficiente de compartir el ruido que hacen los pajaritos que anidan en mi cabezota.

Veo cosas rarísimas últimamente. Y me sobrepasan tanto que tengo que sentarme un rato y pensar en ellas para ordenarlas en mi cabeza. Intento entender el mundo, pero no me da. No comprendo a los demás, no sé qué quieren, no sé qué quiero. Nos rodea la más absoluta mediocridad, y buscar de vez en cuando cosas que te hagan romper con la rutina, es lo divertido, es lo único que nos queda ya. Antes me agobiaba mucho más, buscaba objetivos a largo plazo, tener una visión de larga distancia para sentirme más segura. Todo bajo control, esto va a pasar según lo establecido. Calma chicha. 

Pero ¡oh mundo cruel! De repente llega un día (no uno en concreto, sino un cómputo de días) en los que, por causas ajenas a uno mismo, todo se pone del revés y el mundo es tan inestable que volver a recomponerlo resulta imposible. El vértigo es muy real. Esa visión a largo plazo ya ni siquiera la percibes, ha desaparecido. Y da mucho miedo. Te paralizas, te desorientas. Coges la brújula e intentas apuntar al nor/noreste (la mía dejó de apuntar al norte desde que en primero de arquitectura empecé a ser una persona desquiciada) y a ver si con suerte te centras un poco. Cuando los consigues, el horizonte es infinito y desconcertante. Oye, ¿dónde están mis límites? ¿Cómo voy alcanzado mis metas? ¡Qué no veo el último escalón! Y de pronto, despiertas. Levantas la mirada hacia la izquierda, frunces el ceño y asientes. Algo acaba de cambiar.

Por eso ahora solo salto pequeños obstáculos y voy mirando, como mucho, tres o cuatro metros por delante de mí. Ya intenté mirar alguna vez qué había siete metros después y me acabé tropezando, y me hice daño. Así que hoy por hoy voy mirando un poco más allá de mis narices y ya está. Es más fácil porque te tropiezas menos, y yo que soy bastante torpe caminando, estoy empezando a desarrollar una gran capacidad de disimulo cada vez que piso mal y me desestabilizo. Que nadie vaya a notar que me acabo de doblar el tobillo y casi me estampo contra el suelo. Pura elegancia y sutileza. Pero sobre esto profundizaré en otro momento, porque da para mucho.

Cuan jodida es la vida. Cuantas cosas chungas nos rodean, cuanto drama. Pero cuantísima felicidad contenida en pequeños frascos. Me apasionan esos instantes. Abres uno de esos pequeños frascos y te embriaga un olor, una paz, una sensación de plenitud. Algún día escribiré cuáles son mis frasquitos favoritos, porque son peculiares.

Peculiar. El otro día en el trabajo me dijeron que soy una persona 'cuanto menos peculiar'. Supongo que me quisieron llamar 'rara de cojones' de un modo educado e inofensivo. 
No me importa, lo tengo asumido desde hace mucho.

11dic2016