jueves, julio 20, 2017

entrada número veintiocho

No sé cómo se empieza una carta de despedida. Nunca he escrito ninguna. ¿Cómo eliges las palabras que nunca imaginabas que tendrías que escribir? Esta vez ni siquiera he dedicado tiempo a pensar qué tipo de papel te gustaría más, si el sobre lo doblaría yo misma o si te incluiría algún detalle especial. Sobre mi libreta de anillas y tapa dura, entre mis apuntes y notas de clase, me enfrento a un papel en blanco de cuadrícula grande sobre el cual tengo que decirte adiós.  ¿Cómo voy a dirigirme a ti a sabiendas de que nunca, y cuando digo nunca es jamás, vas a leer esta carta? Otras veces vomitaba palabras con pasión, las ganas de contarte mis secretos más ocultos me inspiraban y era capaz de rellenar folios enteros con palabras que luego tú decías que eran las más bonitas que habías leído nunca. En cambio ahora, el pulso me tiembla. Pienso en ti, te imagino como tantas otras veces hacía mientras te escribía para encontrar las palabras que te hiciesen sonreír más, aunque yo no te viese. Y al pensarte, todo mi cuerpo se encoge y las lágrimas brotan sin esfuerzo, no tengo ni que pestañear. Caen contra el papel y soy consciente de que al final te has ido sin mí. No volverás, ni siquiera leerás lo que tengo intención de decirte. Todo nuestro tiempo, ahora se llama recuerdo. No quiero que caigas en el olvido, aún te necesito. Plasmaré mis recuerdos sobre ti en esta cuadrícula desgastada y calcaré fuerte la tinta para no olvidarte nunca. Sí, escribiré una carta de amor, de recuerdos, de ti.

'Hola,
No se me ocurre forma más absurda de empezar una carta. ¡Hola! Cómo si acaso te tuviese enfrente y te estuviese saludando con la mano. El ¿qué tal? me lo ahorro, porque no me interesa saber si estás bien o estás mal, porque sencillamente, no estás. Te preguntaría por qué, pero ni tú mismo lo sabrás. 'Porque sí', probablemente me contestarías eso con un realismo aplastante. 'Estas cosas pasan, a veces la vida sale bien y otras veces te atropella.' Ya, pero por qué tú. Siempre pensé que si alguien tendría que marcharse primero, sería yo. Si alguien tenía que tomar las riendas y largarse, lo haría yo. Esa vitalidad mía que tantas veces te hacía sombra y que yo estaba convencida que algún día haría que nos separase. En cambio, no. Has sido tú. Con todo lo que nos quedaba por hacer, con todo lo que yo quería verte conseguir, con la de veces que aún quería descubrirte sonreír. Estoy siendo egoísta, ya lo sé, porque estoy enfadada. Sí, enfadada contigo y no, no es un enfado de los que se me quitarían al momento con alguna de tus estúpidas bromas. Este enfado me duele y me destroza. ¿No lo podías haber evitado? Con toda esa imaginación tuya, ¿no podrías haberte inventado algo para quedarte, conmigo? Vuelvo a ser egoísta, siempre yo. Era el destino, ¿verdad? Cuando irrumpe no hay engaños que valgan para escaparse de su impacto. Tenía que ocurrir y te fuiste. Y ni siquiera me has dicho adiós.

Recibí tu última carta hace dos meses. Al principio eran semanales y eso me hacía feliz. Supongo que no te gustó que te contase que había conocido a alguien que había puesto su vida patas arriba para estar conmigo. Aunque no me lo dijeses, no creas que no lo noté. Saber que había alguien ocupando el lugar para el que tú nunca quisiste estar preparado cambió tu manera de dirigirte hacia mí. Dejaste de escribirme con pasión para hacerlo por puro compromiso y eso no me gustaba. Como toda relación, la nuestra se enfrío a base de palabras cada vez más reducidas y peor escogidas. Sin embargo, ahí seguías, omnipresente en mi vida y no te voy a mentir, siempre confié en que lograrías dar un paso más. Yo, fiel a ti, nunca dejé de esperarte. ¿Y tiene algún sentido que te lo diga ahora? No. Me lo digo a mi misma como reproche por no haber querido ser capaz de hacértelo ver.
Aspiro fuerte el olor de tu última carta. Tu olor que ya se está apagando como te has apagado tú. Me decías que estabas, ni bien ni mal, estabas. Que el día a día te mantenía ocupado y que a menudo pensabas en mí, aunque últimamente ya no encontrabas tiempo para escribirme. Que te alegrabas por mí y que siempre me había merecido lo mejor. Se ve que no entraba en tus planes serlo tú. No dabas muchas más pistas, aún leías a Salinas y tu hermana estaba bien. Terminabas con un 'hasta pronto' que ahora leo y suena a la más amarga despedida. ¿Serías consciente de que ya no me ibas a escribir nunca más?

Hasta hace dos días no había vuelto a tener noticias de ti. Leía sentada al lado de padre mientras él hojeaba el periódico, como cada tarde. Pasó una hoja y me distraje de la lectura, como si alguien me hubiese mandado la señal de que tenía que fijarme en el periódico. Un titular encabezaba la página izquierda 'Accidente mortal en carretera de Lugones' y supe que eras tú. Le dije a padre que leyese en voz alta. Las palabras más impersonales y vacías que nunca antes había recibido de ti se me clavaron sin embargo en el corazón como un puñal. Ya no estabas. Padre me miró pero no preguntó. Me cogió la mano y la apretó fuerte mientras yo intentaba recordar cómo respirar. Ya sabes que padre me transmite siempre la fuerza que a veces me hace falta para arrancar y tras unos minutos fui capaz de reaccionar y me entró miedo. Ese miedo que todo lo congela y nos vuelve vulnerables. Me negaba a pensar que ya no existías. Así que me solté de la mano de padre y fui a mi habitación directa al cajón donde guardo todas tus cartas, con el miedo en el cuerpo por si al abrirlo todo aquello también hubiese desaparecido de golpe. Pero no, allí estaban, todas mezcladas y desordenadas como es propio de mí. Algunos sobres rotos por los nervios, otros abiertos con delicadeza, trozos de papel suelto. Tus recuerdos. Mis recuerdos. Lo único que ahora me queda de ti.

Hace una hora me llamó tu madre. No la reconocí hasta que a la tercera palabra se echó a llorar. Me dijo que en tu mesilla de noche encontró un diario y cartas con mi nombre, una dirección y un teléfono. Que de esas cartas ya sólo quedaban cenizas porque tu padre, desesperado, lo había quemado todo, pero que ella me quería conocer. Todas aquellas palabras que durante tanto tiempo me inspiraste habían ardido desapareciendo para siempre contigo. Sin embargo yo estoy aquí abrazándome a tu última carta para que no te vayas, reteniendo ese 'hasta pronto' para no olvidarte nunca.

Esta tarde iré a ver a tu madre. Le diré que estarás bien.'