domingo, marzo 05, 2017

entrada número veintitrés

Siento profunda y total admiración hacia ese selecto resquicio de sabiduría, perteneciente a los mundialmente conocidos como 'gente' que tras años de duro entrenamiento y muchos esfuerzos físicos y mentales, han desarrollado la fascinante (y envidiable) capacidad de decidir, de forma totalmente impredecible y probablemente injusta, cuándo oh nosotros pobres e ingenuos mundanos, somos dignos de entrar y salir de sus vidas y (esto es lo que más me impacta) cuándo hemos consumido el tiempo que se nos ha sido concedido y es hora de ser desterrados a un lugar peor. He conocido a muchos de estos 'seres únicos' (me resulta acertado llamarlos así). Los conozco bien, porque hubo un tiempo en el que fui bendecida por su caridad altruista y me dejaron entrar, y durante una época fue bonito sentir que yo también caminaba sobre ruedas. Como ellos. Junto a ellos. 

Hay muchos seres únicos. Cada uno que identifique a los suyos propios. Aunque debo decir que es tarea sencilla. Todos actúan de la misma forma. Primero te encandilarán, te ofrecerán sus celestiales manos y tú te agarrarás hasta de sus cuellos, porque los necesitas, ansías ser uno de ellos. Sabes que en cuanto te acepten en su clan, tu mísera vida será distinta. Será superior. Serás especial.

Como en toda ascensión divina, la llegada a ese Olimpo de todopoderosas deidades ha de ser sellada con una ceremonia singular. Cuando yo ascendí, fui consagrada con el elixir universal, ensalzador de la amistad y socorrido refugio de penas y alegrías. Si aceptaba beber de aquella pócima, si estaba dispuesta a entregarme en cuerpo y alma a la práctica habitual de aquella embriagadora sustancia, me dejarían entrar.

Y joder, entré. Estaba totalmente fascinada por su mundo lúdico. Al principio la explosión de diversión hizo que sucumbiese a aquel estilo de vida. En el mundo de los seres únicos solo hay cabida para el desahogo, el divertimento, la farra. Tú te dejas llevar porque has caído bajo el embrujo de aquel mundo mejor. Si surgen los problemas, se ocultan con un chorro de elixir, y si intentas compartirlos, verás cómo son devueltos de nuevo a su lugar, escondidos dentro de tu mundo interior con un simple 'no te rayes (tío)' y otro largo trago del salvador elixir. Para los seres únicos ese tipo de asuntos no son propios del estrato superficial en el que habitan. El tiempo en el mundo de los seres únicos es relativo. Relativo al consumo de ese preciado elixir. Es símbolo de unión, de fidelidad, de pertenencia a la manada. Y con cuanta más mesura se consuma, más derecho tienes a ocupar un lugar entre ellos. Si consigues seguir el ritmo, sobrevives.

Lo que ocurre, desgraciadamente, es que no todos estamos preparados para ocupar de forma permanente nuestro sitio entre ellos. Dentro de ti, algo se empieza a remover y te das cuenta de que ese elixir ya no te lleva a lo más alto. Empiezas a sentirte aburrido, cansado de siempre lo mismo y para colmo, notas cómo tu mundo interior se revuelve cada vez con más brío y hace amagos por salir a la superficie. Y claro, el trastorno que eso te provoca es irracional. ¿Qué haré con mi vida? No puedo querer dejar de ser un ser único, si son lo más. Si nunca podré encontrar nada que sea superior a pertenecer a su manada. Y esa lucha interna resulta agotadora (lucha interna que por cierto solo tienes tú y que no compartes con nadie porque nadie percibirá tu preocupación - trago de elixir).

Y un día despiertas. El día que yo desperté era un día como otro cualquiera en el mundo de los seres únicos. El adorado elixir lo envolvía todo y yo intentaba participar en conversaciones vacías. Pero mi mundo interior apretaba con furia y estaba a punto de salir de mis adentros. Quise retenerlo, una vez más, pero algo había cambiado en mi. Quizás ya para siempre. Por primera vez me aislé de aquellas conversaciones y me detuve a escuchar con detenimiento lo que mi mundo interior tenía que contarme. Me asusté, porque el mensaje que me estaba mandando era que saliese de allí, que huyera, que abandonase el mundo de los seres únicos. Pero, ¿por qué? No era acaso aquello lo mejor a lo que iba a aspirar en mi vida. Acaso no había alcanzado el Olimpo y me había aceptado en aquel mundo de dioses. ¿Por qué irme ahora? Si todo lo que me pudiese encontrar fuera de su mundo lúdico no podría superar lo vivido aquellos años. 

'No estás prestando la suficiente atención
no estás escuchando de la manera adecuada
ésta no es tu manada'

Mientras yo tenía mi lucha interna, los seres únicos me rodeaban despreocupados. Mantenían una de esas conversaciones en la que todos eran conocedores de la verdad más absoluta. Se daban palmaditas en la espalda y se adulaban los unos a los otros. La conversación se traducía en un continuo blablablablablabla. Hice caso a mi mundo interior y decidí escuchar bien. Y entonces desperté. Los blablablablablabla se acababan de transformar en agudos beeebeeeeebeeeeeeee... Joder, por fin entendía todo. Claro que aquella no era mi manada. Cómo podía serlo si la realidad de los seres únicos había sido por fin revelada: eran un auténtico rebaño de borregos.

Entonces me fui. Huí. Me alejé de allí corriendo a toda velocidad, sabiendo que una vez fuera jamás podría volver a entrar. Me daba igual, la borregada ya no era lo mío y en mi huída me transformé en lobo solitario.

Y ahora viene mi parte favorita de esta mi historia y la que provoca la mayor fascinación en mi hacia los seres únicos: me fui y a nadie le importó. Yo no era más que un hueco que pronto conseguirían rellenar en otra ceremonia de ascensión hacia su Olimpo. Nadie se preocupó, nadie me pidió que volviese, nadie se interesó por saber a dónde habría ido a parar. Puede que recibiese algún mensaje vacío de sentimiento que me provocó muchos escalofríos: 'fue un gran ser único; estuvo en lo más alto; me da pena que se haya tenido que marchar'. Condescendencia. Frialdad. Que no te engañen, les das igual. Te has ido y una era ha terminado.

Hasta siempre, seres únicos. Me voy con mi manada de lobos solitarios a enseñaros los colmillos.

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