viernes, febrero 03, 2017

entrada número quince


48 horas 00 minutos 00 segundos
Iniciar

Ni siquiera estoy nerviosa. Casi no he tenido tiempo para pensar en lo que está a punto de pasar. Por primera vez en mi vida me estoy dejando llevar y ni yo me reconozco. Todo ha surgido de manera tan espontánea que de verdad no soy consciente de lo que estoy a punto de vivir.

Al girar la esquina te he intuido de pie al final de la calle, esperando por mi. Tanto tiempo ha pasado y ahora, en este instante, estoy aquí, a pocos segundos de estar a escasos centímetros de ti. Ahora sí que estoy nerviosa. Me ha invadido una repentina timidez que quiero pisotear con cada zancada que doy hasta acercarme a ti. No hay sitio ni para tonterías ni estamos como para perder el tiempo. Así que camino con la cabeza alta con una única dirección. Tú. Quién lo diría, me digo a mi misma como llamándome la atención por haber tardado tanto en decidirme. La desconfianza, o el miedo, siempre enemigos del destino. 

Entonces por fin me ves. Estás tan guapo. Me sonríes y me miras mientras recorro los tres o cuatro metros que me faltan hasta alcanzarte. 

'Te recordaba más alto' 

Soy imbécil, pero los nervios siempre me han hecho ser un poco bocazas. Te ríes y me abrazas.

'Se dice hola, ¿todo bien?'
'Ya, ya. Déjame empezar otra vez. Hola, ¿todo bien?'

Y nos quedamos unos segundos abrazados. Más bien yo me dejo abrazar por ti y siento como si en ese preciso instante una fina burbuja protectora se estuviese empezando a formar para protegernos del exterior a partir de ese momento. Nos separamos y nos damos los dos educados besos de rigor en un alarde de cortesía que poco va a durar. No estamos aquí para andarnos con formalismos, pero siempre he pensado que las cosas hay que empezarlas bien.

'¿Te cojo la maleta?'
'Tranquilo, gracias. Ya la llevo yo'

Siempre he sido muy proclamadora del 'puedo yo sola' y no voy a perder los papeles ahora. Así que nos podemos a caminar en lo que supongo dirección tu casa. Durante unos minutos no hablamos, hasta que por supuesto yo abro la bocaza. No es que no me gusten los silencios incómodos, pero me encanta hablar. Y más si es contigo.

'Bueno, ¿qué tal? Di algo. ¿Cómo estás?'
'Ahora mejor'
(siempre has sido tan intenso)
'Ya, se está a gusto aquí'

La conversación muere ahí y caminamos los dos en silencio. No es que no tengamos nada que decir, simplemente queremos interiorizar ese momento, aferrarnos con fuerza, porque no se volverá a repetir. Somos tan conscientes de ello y tan inconscientes a la vez. Pero no hay cabida para las dudas.

El recorrido no es largo, pero no me da tiempo a memorizarlo. Cuando te paras deduzco que hemos llegado a tu portal. Como riguroso hábito, observo y analizo al detalle lo que veo mientras sacas las llaves del bolsillo derecho del pantalón. Puertas altas de dos hojas de hierro con barrotes negros y cristal semitransparente que deja adivinar el oscuro interior. Las manillas son doradas, la antítesis de lo moderno, a juego con los números que enmarcan la entrada, un enorme treinta y cuatro. Empujas con fuerza, ya me imaginaba que pesaban. Me dejas pasar a mi primero, también fuiste siempre muy caballeroso. El interior del portal es de estilo señorial, con moqueta marrón y azulejos amarmolados. No te pega nada. Al llegar a los seis peldaños que separan el nivel de calle con el vestíbulo del ascensor, te paras y haces otra vez el amago de cogerme la maleta. Yo te miro nuevamente con cara de 'ya puedo yo sola' y sonríes. Y me encanta, porque sé que a veces me entiendes sin tener que esforzarte. Entramos en el ascensor y el espacio encoge, y la distancia entre nosotros se reduce y me invaden unas ganas intensas de tocarte otra vez. Quiero que me abraces. No sé si he venido a ti en busca de refugio, pero hace unos minutos me he sentido tan a salvo que quiero repetirlo. Vamos ya por el segundo piso y como no sé cuanto más durará el trayecto, no pierdo el tiempo y me dejo caer sobre ti sin previo aviso. Y me abrazas. Y me acaricias el pelo. Y suspiro. Y me siento en paz.

El ascensor se detiene en el séptimo, las puertas se abren y ante nosotros una única puerta de color blanco. Tu hogar. Y el mío en el instante en el que cruce el umbral. Ahora te noto más nervioso que antes.

'No te asustes, está todo hecho un desastre'

Entro abriendo los ojos todo lo que puedo para retener la imagen de golpe. Siento un cariño inmenso, porque se nota que has limpiado a conciencia, que todo mantiene un orden poco habitual y sé que lo has hecho con el único propósito de agradar. Y no hay nada que más me guste que la gente que quiere agradar a los demás pero disimulando, como si no hubiese supuesto ningún esfuerzo. Me atrevo a darte un beso en la mejilla.

'Un desastre. Sí, claro'

Tu casa es pequeña, no es precisamente acogedora, pero hay algo que me resulta especialmente encantador. El olor. No sé en que momento te diría que mi favorito es el jazmín, pero toda la casa huele así. Dejamos mi maleta en el dormitorio. En algún momento hemos firmado un pacto no escrito sobre lo que va a ocurrir durante esas ya menos de cuarenta y ocho horas, aunque no hayamos acordado ni cómo ni cuándo. En el salón me preguntas si quiero tomar algo. Una cerveza estaría bien, hay que empezar por romper el hielo. Mientras vas a buscarla, contemplo desde la ventana la ciudad. Tu ciudad. Ni me había dado cuenta de que ya había anochecido y me quedo hipnotizada por aquellas miles de luces que parpadean y animan la oscuridad. Un pensamiento fugaz se atraviesa en mi cabeza y me entra pánico. ¿Pero que estoy haciendo aquí? No. Olvídalo. Aférrate a ese botellín de cerveza y bebe. El alcohol siempre ha sido el mejor desinhibidor y no hay por qué tener miedo. Así que allí, en tu salón, bebemos una cerveza tras otra. La conversación empieza a fluir de forma animada pero no es una de esas charlas de 'vamos a ponernos al día'. No hay ganas ni necesidad, ni queremos hacer viajes al pasado, allí no. Hablamos de cosas triviales, de lo que llueve en invierno, del mejor carburante para según que coche, de lo aburridas que son las redes sociales a veces; discutimos sobre si Nadal es el mejor deportista de España y yo te hablo de poesía. 

Las horas vuelan y dices que vayamos a cenar, que hoy invitas tú. Bajamos a la calle y paseamos por tu ciudad entre la gente, manteniendo una distancia prudencial entre nosotros pero con el hielo cada vez más derretido. Cenamos en un sitio estratégicamente escogido y no paramos de beber. Y de hablar. Y de reír. Y yo cada vez digo más tonterías, por supuesto. Pero a ti no te importa, sé que te gusta. Al final, no sé cómo, pago yo la cena y tú cinco copas. Volvemos a pasear por tu ciudad y yo divago sobre constelaciones, signos del zodíaco y otras marcianadas que ni yo entiendo. Decides acortar distancias y acercas tu mano para intentar coger la mía. Mi primera reacción es esquivarla, pero me arrepiento rápido. Así que respondo a tu insinuación cogiéndote de la mano y así, en silencio, continuamos caminando hasta llegar de nuevo a tu portal. Retengo aquella dirección. Número treinta y cuatro, piso número siete. ¿Por qué me resulta tan familiar? 

Perdida en mis pensamientos no me doy cuenta de que entramos en el ascensor y las puertas se cierran. Nos encontramos otra vez en ese espacio reducido, donde ahora la distancia entre nosotros es menor y la intimidad más cálida. Seguimos agarrados de las manos, uno al lado del otro. Quiero que nos besemos, quiero que nos besemos ya, en ese mismo instante. Así que no dudo más y decido ser yo la atrevida esta vez. Sé que en cuanto lo hagamos será difícil separarnos, pero no quiero esperar más. Me pongo enfrente de ti, te agarro la cara y te doy un beso. Tú respondes agarrándome por la cintura y acercándome más a ti. Y a partir de ahí todo ocurre muy deprisa. Entramos en tu casa hechos un ovillo y rodamos a tu cama. Nos desnudamos con respeto, procurando no reabrir las heridas que aún escuecen en la superficie y que ambos protegemos con temor a que vuelvan a doler. Nos compenetramos torpemente. Más que compenetración yo diría que es necesidad, anhelo por sentirnos deseados. Nos exploramos, nos descubrimos con delicadeza y entre besos y caricias alcanzamos un éxtasis reconfortante. Siento una plenitud que ya no recordaba y acompañada por el calor sofocante que desprendes, me duermo.

El insomnio no iba a darme tregua esa noche, así que me desvelo desorientada. Las luces de tu ciudad iluminan tenuemente el dormitorio y siento tu cuerpo cerca, respirando plácidamente, sin emitir ni un solo ruido. Durante unos minutos doy vueltas, me estiro, intento conciliar el sueño otra vez. Pero me invade la ansiedad de todas las noches ante la imposibilidad de conseguir dormirme. Me doy cuenta de que hace horas que no fumo, así que me levanto con cuidado de no despertarte y busco la ventana más lejana. Mientras fumo, pienso en cuánto me gusta tu ciudad, el silencio, el sonido lejano del mar. Vuelvo a la cama y me acurruco junto a ti.

'Has fumado'
'Sólo un poco'
'Te dije que no empezases a fumar'

No contesto, te paso el brazo por encima y ahora sí, consigo dormir.

No sé cuantas horas duermo, pero cuando me despierto, la luz entra de forma violenta en la habitación. Y no estás. Tu lado de la cama está frío, así que deduzco que te has levantado hace tiempo. No se oye ningún ruido en tu hogar y no me preocupo por llamarte, ya vendrás. Mientras tanto disfruto de unos minutos más en aquella cama inmensa, estirándome todo lo que puedo para comprobar que toco ambos extremos con las manos. El esfuerzo físico es en vano. Frustrada miro al techo blanco y oigo ruido de llaves y la puerta abriéndose. Me levanto y te veo ir al salón con desayuno recién hecho que acabas de comprar como si llevases años siendo un novio ejemplar. Es tan cursi. Pero lo reconozco, me encanta el detalle. Desayunamos y hablamos sin parar. Volvemos a la cama y nos desayunamos, también sin parar. Planeamos el día como si fuésemos dos personas normales que comparten su vida como cualquier otro fin de semana. Bromeamos sobre hacer la compra del mes, colgar los cuadros que llevan meses en el armario de la entrada o pasar la aspiradora.

Al final decidimos salir a la calle y me enseñas tu ciudad, me descubres tus lugares favoritos, me cuentas historias, anécdotas varias y yo te escucho atentamente. Siempre he disfrutado aprendiendo cosas nuevas. Comemos en una terraza. Hace sol, aunque en tu ciudad no da calor. Alargamos la tarde observando pasar a la gente y yo improviso historias sobre los anónimos viandantes. Me dices que siempre has sido fan de lo que cuento.

Se ha hecho de noche, han pasado tan rápido las últimas horas que me entristece pensar que sólo nos quedan menos de veinticuatro. Mientras pienso en cómo podría detener el tiempo, te levantas y me dices que nos vamos.

'¿A dónde?'
'A un concierto'
'¿Ah, sí? ¿De quién?'
'¡Ah! Ya lo verás'
'No, venga, dímelo'

Siempre me ha podido la curiosidad y no paro de repetir que me lo digas ya, ya, ya, ya mientras caminamos hacia destino desconocido. Me dices que no sea impaciente, que enseguida lo descubriré. Llegamos a un edificio en cuya planta baja hay un local cuyo nombre me resulta conocido. Y mi mente, que siempre viaja a la velocidad de la luz, adivina quién toca allí esa noche. Te abrazo fuerte, te doy uno, dos, diez besos, y contengo la emoción. Hace tiempo que decidí no sacarla tanto a relucir, me cansé de los 'relájate'. Dentro la sala está abarrotada, las luces de tonos rojos crean la intimidad adecuada y en el escenario está preparado. Cuando suena la música y las primeras letras, me olvido del mundo y sólo escucho todas esas canciones que me han acompañado durante tantos días malos, y buenos también. Cuando suena 'SPNB' trago saliva y lloro un poco, pero creo que tú no lo notas. Disfruto al máximo. Canto. Cada vez lo hago más alto. Y podría quedarme a vivir es ese instante para siempre.

Sin embargo, el concierto termina y vuelvo al mundo. Paseamos esa última noche por tu ciudad y vuelvo a hablar sin parar, dándote las gracias, recordando todas y cada una de las canciones y contándote por qué algunas son mis favoritas y por qué significan tanto para mi.

'Te vi llorar'
'Ah, sí, bueno. Un fugaz viaje al pasado. Ya no importa'
'¿Estás bien?'
'Pues claro'

Y te agarro del brazo y caminamos juntos hasta tu hogar una última vez. Odio esa sensación de últimas veces que entristece los momentos bonitos. Volvemos a ese ascensor que ya hemos hecho nuestro, y con el deseo a flor de piel nos aferramos a besos y caricias que empiezan a ser efímeros. Ya en tu hogar bebemos copas, una tras otra, intentando estirar las horas y creando resistencia para que no llegue el día, en el que todo esto terminará. No quiero pensar, dejo que todo mi cuerpo se entregue a ti evitando tener que responder a las preguntas que mi subconsciente me plantea para hacerme sentir mal. Mejor mañana. Consumimos las horas con suavidad, con delicadeza y sobre todo, con un cariño que hacía tiempo no sentía. Duermo algo, a ratos, pero hemos disfrutado tanto de la noche que el día ha llegado a toda prisa. Me levanto para tomar un café que me de serenidad y la calma que necesito para sobrellevar las últimas horas con toda la normalidad posible. No quiero dar cabida al drama que lo estropee todo. Salgo a la ventana a fumar y esta vez te asomas conmigo.

'Odio que fumes'
'Ya, pero me relaja. Y éstos sabes a limón'
cambias radicalmente de tema
'Hoy la comida la hago yo, he estado practicando'
genial, porque para ser sincera, odio la cocina y me encanta comer a mesa puesta
'Pero con una condición'
'¿Tengo que fregar?'
'No, que te quedes'

Aparto la mirada y busco el punto más infinitamente lejano al que huir, pero saltar por la ventana no es una opción, por lo que vuelvo dentro del salón mientras dejo caer un escueto 'ya, claro' evitando desde la más absoluta cobardía dar pie a iniciar esa conversación. Pongo música para romper con la tensión que se ha creado en tres segundos, y mientras tú te encierras en la cocina, me dedico a organizar el desorden creado en menos de cuarenta y ocho horas. ¿Y quieres que me quede? Porque, ¿podría? ¿Sería capaz de reconocerme que podría funcionar? ¿Que podríamos tenerlo todo allí mismo? Me entra el vértigo porque lo paso fatal pensando que tengo que ser yo quien rompa esa burbuja. Pero tiene que ser así.

Comemos en silencia lo que has preparado, y reconozco que no se te da nada mal. Sonríes con desgana, sé que ahora te arrepientes de haberme pedido que viniese.

'Sabes que no puedo'
'¿Por qué? Ni siquiera te lo has planteado'
'El acuerdo era no hacerlo. Venir y ya está'
'Pero podrías intentarlo, podría salir bien'
'¿De verdad las cosas salen bien alguna vez?'
'Criticas tanto a los cobardes y al final te has convertido en uno de ellos'
'Ya ves, la gente cambia, y cuando lo hace siempre es a peor'
'No me lo creo. Tú nunca te dejarías a ti misma cambiar a algo peor'
'Lo siento, de verdad. Pero tiene que ser así'
'Tiene, ¿no?'

Y zanjas la conversación levantándote de la mesa y recogiendo con desgana. Yo te ayudo sin hablar más y al acabar nos sentamos en el sofá y envolvemos con la manta las últimas horas juntos. Me muero de ganas por quedarme, por convertir aquello en otro día normal. Pero mi lado malo grita descosido que huya, que ese no era el plan. Y como llevo tiempo arrastrándome por él, me levanto y voy a por mi maleta.

'Bueno, me voy'
'Ya... Te acompaño abajo'
'Puedo yo sola'
'No seas tan dura, deja que me despida'

Odio, odio con todas mis fuerzas las despedidas incómodas y totalmente innecesarias. Si fuese por mí, saltaría por la ventana con un hasta mañana y no miraría atrás. Pero te empeñas tanto en acompañarme que hasta te dejo llevarme la maleta. Nos abrazamos una última vez en aquel ascensor y te doy las gracias con un beso, por haberme hecho feliz.

Volvemos al punto de inicio, a tu calle, en tu cuidad, cerca de tu hogar. Y me invade una pena tremenda por separarme de ti, otra vez.

'Piénsatelo, al menos inténtalo. Quiero creer que conseguirás darte cuenta de que te...'
'Lo pensaré, aunque no se cuando'
'Bueno, ahora ya sabes donde vivo'
'Sí, número tres-cuatro-siete. No creo que lo olvide'

Y nos damos un último beso, el mejor de todo. Nos separamos y deshago mis propios pasos. Sé que estás esperando a que me de la vuelta, a que me quede. Tengo que irme. Acelero. Pero pienso sin parar en lo que me has dicho sobre los cobardes y en que me has incluido en ese club de perdedores. Me niego a pensar que he sido desterrada a ese siniestro lugar. Yo pertenezco desde siempre al mundo de los valiente, de los que van con la cabeza bien alta.

Mientras desdoblo la esquina de tu calle, allí donde empezó todo, suena un pitido en mi teléfono.

00 horas 00 minutos 00 segundos
Tiempo agotado

'48 horas
las mejores que he vivido'

Escribiendo...
Restart?

No hay comentarios:

Publicar un comentario